Clarita es una pluriempleada de alma cándida. Por las mañanas se teletransporta a la nave espacial que mantiene pulcra y aseadita, y por las tardes apaña un laboratorio ultra secreto del ejército. Su monótona y estresante vida va a dar un vuelco, y es que ¿quién no querría que de alguien como Clarita dependiera el destino de la humanidad?
Con estos datos, cabe imaginar una trama
cuanto menos pintoresca. Pero no es sólo mía, sino de los desvaríos de mi
familia y amigos a la hora de elaborar argumentos coherentes. Es estupendo
salir por ahí a tomar unos pintxos sin que los demás sepan que te encuentras en
pleno "brainstorming"; por eso siempre llevo una libreta en el bolso,
para anotarlo todo.
Y así esta historia sigue haciéndose
poquito a poco.
CAPÍTULO I
—Protocolo de descompresión molecular.
Requiere autorización de seguridad nivel
dos. Por favor, pronuncie alto y claro la contraseña.
—El pograma de Grabiel.
—Disculpe, no he comprendido; repita alto y claro por favor.
Aquella voz femenina y robótica le sacaba de quicio.
—¡El pograma de Grabiel!
—Disculpe…
—¡¡El-po-gra-ma-de-Gra-biel!!
—La contraseña no es correcta. Pasando a nivel tres, pregunta de seguridad.
—¡No, por favor, otra vez no! ¡No me baje de nivel, señora máquina!
La automática voz femenina, haciendo caso omiso de los ruegos de Clarita, prosiguió con sus demandas.
—Por favor, pronuncie alto y claro el título del film preferido de su señor.
—La madre que lo parió…
—Disculpe, no he compr…
—¡No, no, no! ¡Que esa no era la respuesta!
—…pita alto y claro, por favor.
—¡Cla-yin-Fri-man!
—La respuesta no es correcta. Pasando a nivel cuatro, pregunta personal.
Clarita, disgustada y enfurruñada, podía imaginarse a su señorito muerto de risa por sus ocurrencias mientras cambiaba las claves de la semana. Siempre le hacía lo mismo. Su anterior jefe, a pesar de todo lo negativo y oscuro que envolvía a su persona, era mucho más respetuoso y distante.
—Por favor, pronuncie alto y claro el nombre de su mascota.
—¡Jose Mariano! —gritó aliviada.
—Muchas gracias. Procediendo a nivel cuatro de descompresión molecular. Cierre los ojos y relájese.
Clarita cerró los ojos y se apoyó fastidiada contra la pared interior del cilindro de cristal que la envolvía. Cuando la “puñetera máquina” no le aceptaba la contraseña a la primera, iba bajando el nivel de seguridad, y a partir del nivel tres ya no ponían demasiado cuidado en la delicada tarea del tele-transporte.
Separar las moléculas de un cuerpo para luego volver a pegarlas todas en su sitio, debía ser un trabajo fino y meticuloso, y al perder rigor, Clarita siempre se encontraba con la misma tara al llegar a su destino: el moño se le descolocaba de la nuca e iba a parar a los sitios más insospechados. Y siempre el moño, jamás un brazo o un pie. La mujer tenía sus sospechas, pero nunca se las hizo llegar a nadie. Ella prefería trabajar, dejarlo todo bien “apañadito” y limpio sin rechistar, y volver a su casa para seguir trabajando y poder cumplir con el resto de sus faenas y recados.
En el proceso de “descoyuntamiento”, como ella lo llamaba al saberse esparcida por todo “el plano espacio temporal ese de las narices”, acostumbraban a deleitar al sujeto viajero en cuestión con una musiquilla psicodélica que recordaba mucho a la banda sonora de las películas clásicas futuristas como Blade Runner o Tron. Y siempre había sido así cuando trabajaba para el otro señor; pero su nuevo señorito se empeñaba en hacerle el viaje más llevadero con los grandes éxitos del Fari.
Ya se había acostumbrado, y sabía que en el primer “braaavooooo” tenía que estar prevenida.
Así que tomó aire, se tapó la nariz con una mano y los ojos con la otra, y comenzó a desintegrarse.
No duraba más de cinco minutos todo el proceso, pero a ella se le hacía aún más corto porque se echaba unas cabezaditas. Al abrir los ojos, se encontró de pie frente al espejo de plasma. El aparato le haría un reconocimiento médico instantáneo y luego la dejaría salir de aquel tubo carcelario.
—Reconocimiento realizado. Estado del individuo: conforme.
—¡Conforme para ti, maja, que no tienes el moño en mitad de la frente! —se quejó resignada frente a su reflejo.
—Proceso finalizado. Que tenga un buen día.
—Ay, bonita… tú también. Perdona mi mal carácter, que tú no tienes la culpa —no quería ofender a nadie, ni siquiera a “la voz sin alma”.
El espejo de plasma se deslizó permitiéndole la entrada en su lugar de trabajo. A Clarita no le gustaba cambiarse allí, con tantas máquinas y “aparatejos”. No sabía quién podía estar controlando todo aquello, aunque aparentemente no hubiese un alma, mientras ella pasaba la aspiradora y el plumero. Así que ya venía preparada de casa, con su batita liviana a rayitas azul cielo y blancas de manga corta y cuello solapado, sus zapatillas cómodas de felpa y su gorro de baño para protegerse el pelo del polvo que sacaba.
Avanzó por el pasillo lentamente, por si las moscas, esquivando como siempre la aspiradora gigante que se cargaba en el enchufe. Menudo susto le había dado la primera y última vez que intentó utilizarla. Fue desenchufarla y conectarse sola al instante, como si se hubiera despertado, emitiendo ruiditos extraños. ¡Vaya carácter la aspiradora!
Caminaba de puntillas, despacio, con la discreción de un gato, porque allí lo mismo se encontraba una en el momento más inesperado con una batalla encarnizada, aunque muy aséptica, entre hombres en bata, lagartos mutantes y robots, como podía toparse con el señorito “intimando” con su nuevo compañero de nave. Que no sería la primera vez.
Nada. Ni un murmullito.
Al parecer estaba sola.
Entró en el cuarto de la limpieza, cogió el mocho, el plumero, el “flis-flis limpia todo” y las gamuzas anti radiación, y lo metió todo en el cubo de la fregona. Era un cubo grande y tenía ruedas, así que de esa manera no cargaba tanto peso y aliviaba su pobre y ajada espalda. No le gustaba quejarse, pero tantos años de duro trabajo se habían ensañado con ella, y de vez en cuando el lumbago atacaba, a pesar del “incidente”.
“El incidente…”
Lo recordaba como si hubiera sucedido la semana anterior, aunque habían transcurrido bastantes años. Todavía estaban perfeccionando el asunto del tele-transporte, y Clarita se presentó de conejillo de indias para las últimas pruebas con el fin de poder aceptar un nuevo trabajo que le habían ofrecido en una galaxia que pillaba bastante a desmano. Por el camino, en la primera prueba de desintegración y reintegración, había perdido una hernia lumbar, el apéndice y los vellitos de las ingles. Su suerte no tenía parangón según las afirmaciones de los científicos de medio mundo, teniendo en cuenta lo que podía haber perdido. Y para colmo le habían regalado un montón de calendarios, mecheros y llaveros de la compañía, para repartir a sus familiares.
(...)
MIKA
'Me siento en los sofalitos gromates de la entrada, no me arrasco el ojo porque tengo un anzuelo que no debo manosear, no vaya a ser que se me esparza... Grabiel está dentro, no sale, parece que tarda, se enbrolla el tío que da gusto, .... iremos al cine, le encantan las pelis de ciencia-y-aficción' ....
ResponderEliminarPorfa Gusapito sigue tu que se me han olvidado muchas palabras....
Ja ja ja, no puedo parar de reírme, estoy deseando leer el resto, tiene una pinta estupenda ¡que personaje tan salao! nos va a dar momentos de muchas risas.
ResponderEliminarYo también me quiero descoyuntar, y aparecer en otro mundo. Clarita, una tia con suerte, o no?
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