¡Esto sí que ha sido un viaje y
no el de Willy Fog!
Y cuánto hemos aprendido, ¿eh? De
antropología (que los suizos están asilvestrados), de aerodinámica (que no todas
las carreteras alemanas son el circuito de Le
Mans y que la velocidad es inversamente proporcional al truño de coche que
alquilas), de termodinámica (que a más calorías, menor resistencia a la
fricción del “jodío” sol); pero ante todo, claro, de gastronomía (que el pellejo de la salchicha
alemana está duro de narices, vamos).
Llegada a Venecia. Qué maravilla… Qué… qué… qué de agua,
y de calor. La boca abierta todo el rato, y no sólo de admiración… ¡qué
sofocos! Vaporetto para acá, caminata
para allá…
¡Mira un palacio!
¡Anda, otro!
¿Y eso tan bonito qué será?
Pues otro, mujer.
Yo quiero ir en góndola; si toda
esta gente con chanclas y calcetines se lo puede permitir, no será para tanto,
¿no?… Pues sí, cien eurazos la hora, así que optamos por el traghetto, una góndola algo más rústica,
sin dorados ni terciopelos ni filigranas, pero una góndola al fin y al cabo,
que te cruza bucólicamente el canal. ¡Pero qué aventura! Si lo llegamos a saber
ni caminamos, hacemos todas las visitas en el traghetto, deleitándonos con esa deliciosa armonía entre el disfrute y
el pánico por perder la vida. Oye, que te cruzan de un lado a otro del canal,
no es más que eso, dos tíos remando de pie sobre una góndola discutiendo entre
ellos y haciéndose unas risas mientras tú te ves en mitad de la corriente “marabúntica”
de vaporettos, lanchas,
trasatlánticos, y demás naves a motor. Todos vienen hacia ti, pero los
gondoleros, ajenos a tu congoja, perdidos en sus cositas, ni se inmutan, y
claro, a velocidad terminal no vas. Qué momentitos más agradables hemos pasado.
Nos ha encantado, pero hay que
seguir, así que nos adentramos en Venecia City para retirar nuestro super coche
de alquiler (he elegido por internet uno del grupo intermedio porque sé que
vamos a hacer kilómetros entre montañas, y prefiero no jugármela). Pues chico,
no sabía yo que el Fiat Panda se codeaba con el A3 y el Golf, pero por aquella
zona deben ser poco clasistas. Así que después de montar una performance al de
la oficina de Avis por tomarnos el pelo (las jaranas en distintos idiomas
suelen ser de lo más constructivas), embutimos la maleta en el
maletero/guantera de nuestro flamante utilitario dispuestos a comernos la
carretera (que luego tuvimos suerte y no nos la comimos).
Aún así estamos re-felices, que
Salzburgo nos espera. Nos perdemos, vamos por donde no es, pero qué leche, así
vemos más cosas, ¿no es para eso viajar? Que en siete horas de nada habíamos
cubierto los 324 km y estábamos en la puerta del hotel de Salzburgo ¡Y cómo es
Austria! ¡Madre mía!… Y los austriacos, ¡cómo son los austriacos! Civilizados,
agradables, altos, de ojos verdes con reflejos azules y melenas rubias y morenas
tornasoladas; o así me han parecido a mí al menos. Pero si hasta dejé una
propina en la catedral… yo… la que se derrite con el olor a incienso y entra en
shock al cruzarse con un cura; pero cómo no, si te dejan sacar fotos de todo sin
cobrarte. Tan limpio, y músicos por todas partes. Yo, al llegar al cementerio
en el que se escondió la familia Von Trapp, huyendo de los nazis, también quise
ponerme a cantar. Pero si tienen un McDonald’s en el que los camareros te recogen
y limpian la mesa, que había unos americanos a nuestro lado al borde del patatús
de la impresión, dando vueltas por todas partes bandeja en mano en busca de la
basura.
¡Y cómo hacen la cremallera en la
carretera! Oye, que se dejan pasar los unos a los otros, que se ceden el paso
sin que nadie se lo mande, así, porque sí. Los niños esperan a que salgas de
los museos, de las tiendas, para entrar ellos… ¡tócate las narices! Como aquí.
Y así descubrimos que los suizos son unos incivilizados (por mucho que digan),
que para dos “pirulas” que nos hicieron en la carretera, los dos con matrícula
suiza.
Y como vamos bien de tiempo, que
nos sobran diez minutos entre prueba y prueba de esta gincana bucólica, ahí que nos vamos en busca de unos lagos
maravillosos que preceden a uno de los pueblos más bonitos de Europa:
Hallstatt. ¡Qué lagos! De color turquesa intenso y rodeados de montañas y
casitas pintorescas (menuda palabra más apañada, que lo mismo define una cabañita
de madera el los Alpes, que a la Veneno). Yo haciendo fotos como una loca desde
el asiento del copiloto, porque claro, no nos daba tiempo a parar, que nos
hubiera salido más a cuenta instalar un “foto finish” en el parachoques del
Pandita. Pero aún así, nunca podré olvidar aquel lugar, uno de los más
especiales que he visto en mi vida.
La mañana siguiente nos esperaba
München. Hay poca distancia, así que después de un desayuno increíble (por
estos lares la comida es estupenda), nos adentramos en la famosa autovan, una de las carreteras más
aclamadas del mundo. Y aquí, en este preciso momento, es cuando comprendo que
los hombres no lloran, no, hasta que la vida les da un revés insoportable,
claro. Y ahí está mi marido, en el carril derecho de la autovan, en postura aerodinámica, haciendo el vacío con su esfínter
para darle ligereza al Pandita, aguantando casi la respiración, como locos,
dándolo todo a 110 km por hora, mientras los Audis, los Volkswagen, los BMW, y
hasta los vespinos, nos pasan por el carril izquierdo a 200 por hora
arrancándonos las pegatinas. Cómo fingía mi hombre indiferencia, qué capacidad
de frustración tan admirable. Creo que ahora lo respeto mucho más.
Y efectivamente, como cabía
esperar, en lugar de ir refrescando según recorremos kilómetros hacia el norte,
cada vez hace más calor, que hasta el pepinillo gigante que nos compramos en el
Viktualienmarkt se nos derrite por el
camino. München es una ciudad preciosa, sobre todo la Marienplantz y la zona
del Hofbräuhaus (la cervecería más
famosa de la zona, conocida por ser donde se reunía el partido nazi), pero
claro, después de Austria con sus ciudades pequeñas y maravillosas, el listón quedaba
muy alto. Además el pellejo de las salchichas está durísimo (seguro que lo
inventó un suizo).
Decidimos descansar un poco
porque al día siguiente nos espera mi queridísima amiga Elena en Trento.
Aquello no fue siesta, sino un coma inducido, pero nos vino fenomenal para
poder proseguir con nuestra gincana.
Y como éramos pocos… se nos antojó ver el castillo de Neuschwanstein, aquel en el que se inspiró Walt Disney para el de
la Bella Durmiente (el del logotipo Disney, vamos); nos desviaba unos 200 km de
nuestro camino, pero frescos como lechugas y sabiendo que nos sobraban dieciséis
minutos enteros si queríamos llegar a tiempo a nuestra cita con Elena en el
Trentino italiano, ahí que nos fuimos, tan contentos. Y qué bonito, qué vistas,
qué especial. Pasamos por una carretera de cabras, de un único carril y doble
sentido, llena de tirabuzones, limitada a 100 por hora ¡Ja, estos bávaros son
la pera! Que si hacemos caso, nos
matamos. Pero vamos, que el castillo espléndido… por fuera, claro, porque fue
un “por mí y por todos mis compañeros” y salir escopetados.
Elena ya no estaba en Trento,
sino en el lago de Garda, en Riva, donde íbamos a pasar nuestros últimos días
de viaje antes de volver a Venecia. Nos llevaron a comer a un sitio muy típico,
frente al lago, para poder descubrir por fin que en Italia hay algo más que
pizzas, ensaladas y pasta. ¡Qué crucero nos pegamos por el lago al día
siguiente! No dio tiempo a mucho, pero lo suficiente para comprobar una vez más
que hay sitios muy distintos a lo que estamos acostumbrados, y tan
sorprendentes que hasta a mí me cierran la boca (durante escasos instantes, ¿eh?,
tampoco vamos a volvernos locos).
Y con la pena colgando y el
corazón lleno de anécdotas y sentimientos hacia otros seres (sobre todo los
suizos), volvimos a Venezia sabiendo que era nuestra última noche y que
debíamos aprovecharla...
Y vaya si la aprovechamos, qué
manera de dormir.
MIKA
Ja ja ja que envidia de viaje, tuvo que ser espectacular! !! A ver si encuentro por ahí un cuarto de hora para hacerme este viaje. Me ha encantado la parte donde hablas de "la dignidad" de tu marido por las carreteras alemanas ja ja ja
ResponderEliminarEsto lo tienes que enviar al "trotamundos"o una de esas revistas de viajeros!!! Es la mejor descripcion de viaje que he visto!!! Detallito a detallito todo impecable... he sentido la velocidad en el pandita, he saboreado el pellejo de las salchis, me he derretido como vuestros pepinillos y ahora siento cierta aversion inexplicable por los suizos!!! Jajajjjjaaaa
ResponderEliminar