Estoy
más harta de los malos entendidos entre hombres y mujeres…
Y
luego todo son reproches y caras largas. ¿Yo qué sabía cuando mi marido me pedía
un "masaje con final feliz" que no se refería al matrimonio? Qué intrínseco, por
Dios, que para cuando quiso decirme que “igual no hablábamos de lo mismo” ya
teníamos contratado hasta al DJ.
Qué
mentira más grande es esa de que estamos en distinta sintonía. No paran de
decir que deberíamos venir con manual de instrucciones… ¡si mi marido lo monta
todo, hasta la bicicleta elíptica del Decathlon, sin mirar las instrucciones
para nada! Otra cosa sería que fueran con fotos y dibujos, y algún que otro chiste
del Twitter, para mantener su atención. No estamos en distinta sintonía, es que
nosotras somos de Spandau Ballet y
ellos de Duran Duran (aunque el mío
es de Obús y se le nota en los
andares).
Y
eso que es encantador. Se ilusiona por unas cosas… De vez en cuando gira la
cabeza hacia la izquierda, para descansar la vista de la pantalla del portátil
más que nada, y me dice: ¡Anda, Churi, si estás aquí! Y se pone más contento… Es
pura sencillez, como esas florecillas que se abren sólo una vez al día y sólo
por un ratito… ¡pero qué ratito!
Yo,
desde luego, estoy mucho más tranquila sabiendo que el único ser psicópata y
neurótico de mi casa comparte cuerpo conmigo. Si es que me entra la risa y se
me pasan los enfados solos, no lo puedo evitar; pero es que cuando me pasa eso
que nos sucede a todas las mujeres, ese momento en el que te cabreas por algo y
empiezas a encenderte en silencio, montando toda una trama de odios,
desconfianzas e iras desatadas, esos minutos eternos en los que rememoras a la
vez veinte cosas que odias de él y tus pensamientos comienzan a alcanzar tales
derroteros que incluso sopesas enviarlo a casa de tu suegra con el perro, es
entonces, en ese mismito momento, cuando le miro y me encuentro con la mirada
de “badum, badum” poseyendo la total inmensidad de sus pensamientos… ¡Qué
capacidad de abstracción! Pues no es serio, se me pasa todo en el momento y no
me puedo enfadar. ¿Pero cómo vas a cabrearte con alguien cuya máxima
preocupación es que no se le olvide llenar el depósito de la moto, o si será
capaz de hablar durante cinco minutos seguidos en alemán en el examen oral,
cuando no lo consigue ni en castellano? Y menos mal que le tocó hablar de
móviles, que si le piden hablar de amor, implosiona allí mismo delante de los
examinadores.
Y
cómo me gusta liarle... De vez en cuando le pego un sustito y me despierto
melosa y le digo: “Felicidades, mi amor”… sólo por el placer de verle
estrujarse el cerebro buscando las múltiples posibilidades. Qué mal ratito…
aunque se le pasa enseguida, para qué nos vamos a engañar. O cuando le pido que
me diga algo bonito, que se cree que espero que se siente a la luz de las velas
y escriba con su pluma de gavilán unas odas a la hermosura de mi semblante, y
se pone todo nervioso, cuando con un “cuánto te aprecio” me vale, dadas las
circunstancias.
Si
es que Dios no les ha dado herramientas para enfrentarse a nosotras, hombre…
¡Pero si se le abren las aletas de la nariz al mentir! Y yo que soy capaz de
urdir una trama compleja, con cómplices incluidos, sin que se me curven las
cejas ni un poquito.
¿Cómo
no le voy a tener cariñito, si en cualquier momento lo dejo demenciado? Hay que
ser consecuente, hombre, que algunas se quejan continuamente de que si su
marido no es atento, que si no es detallista, que si no es “telépata”… Porque
seamos sinceras, eso es lo que queremos, que pueda, y quiera, leernos la mente.
Que también sea capaz de combinar los colores, de estar en todas partes a la
vez y que adore el suelo que pisamos y cada minuto que pasa con nosotras. Pero
si me canso ya sólo de pensarlo.
Yo
he decidido casi desde el principio, digamos que por instinto de supervivencia
y apego al hilito de felicidad que me ofrece la vida, hacerme la loca,
disfrutar de las miguillas que me va dejando (sobre todo sobre el sofá), y ante
todo no exigir más lealtad y amor del que yo ofrezco.
Oye,
que se vive mucho más tranquila.