Las
desgracias de Niko
Os dejo un retalito del viaje de Matruska en el atunero. Se encuentran bordeando África con destino Seychelles. Matrus le hace una visita a Isabelita, la cocinera del barco.
(…)
—Matrus, Nikolás me pregunta
mucho por ti. Creo que le gustas.
—Isa, no quiero que me líes, ya
te lo he dicho. Soy una asesina del amor. Y además… ¿Nikolás?
—Es buenísimo, niña, te lo digo yo.
—Y no lo dudo… pero algo ñoño ¿no?
—Es por el acento gallego, que parece que tiene una penita colgando. Pero en realidad es muy alegre.
—Ya. Y tú con el capitán ¿qué?
—Huy, hablando del rey de Roma…
Por la puerta entraba Nikolás sirviendo de excusa a la cocinera para abandonar el peliagudo tema.
—Hola, mozas.
—¿Qué te pasa que pareces triste? ¿Tienes hambre, Nikolás?
—No, es que me llamaron, que murió mi tío Xusto.
—Ay, cariño, lo siento.
Se apresuraron a darle un beso.
—Yo también lo siento, Nikolás.
—Si es que ya me dijo madre que no fuéramos a comprar aquel trasto… pero él quería bajar y subir al terreno decentemente, y me pidió que lo aconsejara…
—Por Dios, pero ¿qué le ha pasado? —necesitó saber Matruska.
—Pues que el terreno donde tiene las vacas está muy empinado y se las pasaba putas para subir a golpe de embrague con el Supermirafiori; y en las bajadas ya no os cuento, que cuando llegaba los frenos estaban al rojo vivo. Así que me pidió que fuera con él a comprar uno de esos todoterrenos que anuncian en la tele, que parece que se van a comer el campo. Y allí que fuimos, al concesionario de Maceiras, y se compró un cacharro increíble. Teníais que haberlo visto: automatizado, todito de madera por dentro, con todos los detalles… y justo al lado del botón del aire acondicionado, el botón de “bajada contenida”, un inventillo que lo apretabas y ya podías bajar la cuesta que fuera que ello sólo te contenía el coche para no tener ni que frenar ni nada.
—Bueno, pues parece muy seguro, ¿y qué pasó? —preguntó María Isabel.
—Pues que tío Xusto tenía ochenta y seis años, y a veces se despistaba el pobriño… que lo encontraron estampado contra un eucalipto milenario al final de la cuesta, con el cuentakilómetros marcando 150 km/h y el coche a quince grados de temperatura, con el aire acondicionado en el modo “siroco tropical”.
—¿Eh?... Ooooh, aah, vaya… lo siento Niko. Al menos debió morir haciendo honor a su nombre.
—Si es que estamos malditos con la carretera. Tía Úrsula, su difunta esposa que en gloria esté, también murió en un accidente. ¿Cuándo me tocará a mí? ¿Eh? ¿Cuándo Dios querrá estamparme?
—Me da miedo preguntar, pero ¿qué le pasó a tía Úrsula? —Matruska estaba alucinada con el melodrama y totalmente enganchada al dramático estilo narrativo de Nikolás, el de la pena colgando.
—Nada, en un camino estrecho, de la forma más tonta. Un ciclista marcó con el brazo a la izquierda y tía Úrsula pensó que iba a girar, así que aceleró a fondo para adelantarle por la derecha… que llegaba tarde a la timba de cinquillo, pero el ciclista ni se inmutó, y ella se chocó contra un muro al esquivarlo en el último momento.
—¡Qué drama!
—Luego supimos que el ciclista nunca tuvo pensado girar a la izquierda, sólo estaba intentando deshacerse de un moco… Pobriño, sigue traumado.
—Chico, pobres todos, de verdad que lo siento —María Isabel acariciaba su hombro mientras él hacía pucheros.
—Y encima sin nadie que me consuele, sin una mujer que me espere en el pueblo, soliño y apenado para siempre.
Matruska observaba atenta la jugada, porque mientras Niko se compadecía de sí mismo, le pareció captar miraditas furtivas hacia su persona.
—… Y si al menos alguien me quisiera… alguien me diera calor por las noches…
Decididamente aquella era la forma de ligar de Nikolás: dando lástima.
—Ánimo, ea, ea —Matruska lo zarandeó un poco a modo de consuelo a distancia—, que tú vales mucho y seguro que en el próximo puerto te echas una “novieta”.
—Ya, ay, qué pena… pero ¿y de mientras?
—Bueno Nikolás, no seas jeta que se te ve venir —María Isabel había captado finalmente la treta—. Yo hablándole a Matrus bien de ti y tú…
—Pero mujer, compréndeme, es que me cuesta mucho acercarme a hembras para el lío… nací “roncodollo”, así que aprovecho las desgracias, que sé que os conmueven.
--¿Qué dice que nació? —le preguntó Matruska a María Isabel en un susurro.
—Que le falta un huevo —volvió a centrarse en Nikolás— ¿Y no puedes hacer como el resto de la humanidad? —la cocinera se mostraba indignada.
—Si es que es la historia de mi vida Isabeliña. Desde joven, mis amigos bajaban a la calle a comprar el periódico y volvían con un ligue; yo bajaba a ligar… y volvía con el periódico.
(…)
MIKA