viernes, 23 de marzo de 2012

MATRUSKA LA PELANDRUSKA (Extracto novela)


Las desgracias de Niko


Os dejo un retalito del viaje de Matruska en el atunero. Se encuentran bordeando África con destino Seychelles. Matrus le hace una visita a Isabelita, la cocinera del barco.

(…)

—Matrus, Nikolás me pregunta mucho por ti. Creo que le gustas.
—Isa, no quiero que me líes, ya te lo he dicho. Soy una asesina del amor. Y además… ¿Nikolás?

—Es buenísimo, niña, te lo digo yo.

—Y no lo dudo… pero algo ñoño ¿no?

—Es por el acento gallego, que parece que tiene una penita colgando. Pero en realidad es muy alegre.

—Ya. Y tú con el capitán ¿qué?

—Huy, hablando del rey de Roma…

Por la puerta entraba Nikolás sirviendo de excusa a la cocinera para abandonar el peliagudo tema.

—Hola, mozas.

—¿Qué te pasa que pareces triste? ¿Tienes hambre, Nikolás?

—No, es que me llamaron, que murió mi tío Xusto.

—Ay, cariño, lo siento.

Se apresuraron a darle un beso.

—Yo también lo siento, Nikolás.

—Si es que ya me dijo madre que no fuéramos a comprar aquel trasto… pero él quería bajar y subir al terreno decentemente, y me pidió que lo aconsejara…

—Por Dios, pero ¿qué le ha pasado? —necesitó saber Matruska.

—Pues que el terreno donde tiene las vacas está muy empinado y se las pasaba putas para subir a golpe de embrague con el Supermirafiori; y en las bajadas ya no os cuento, que cuando llegaba los frenos estaban al rojo vivo. Así que me pidió que fuera con él a comprar uno de esos todoterrenos que anuncian en la tele, que parece que se van a comer el campo. Y allí que fuimos, al concesionario de Maceiras, y se compró un cacharro increíble. Teníais que haberlo visto: automatizado, todito de madera por dentro, con todos los detalles… y justo al lado del botón del aire acondicionado, el botón de “bajada contenida”, un inventillo que lo apretabas y ya podías bajar la cuesta que fuera que ello sólo te contenía el coche para no tener ni que frenar ni nada.

—Bueno, pues parece muy seguro, ¿y qué pasó? —preguntó María Isabel.

—Pues que tío Xusto tenía ochenta y seis años, y a veces se despistaba el pobriño… que lo encontraron estampado contra un eucalipto milenario al final de la cuesta, con el cuentakilómetros marcando 150 km/h y el coche a quince grados de temperatura, con el aire acondicionado en el modo “siroco tropical”.

—¿Eh?... Ooooh, aah, vaya… lo siento Niko. Al menos debió morir haciendo honor a su nombre.

—Si es que estamos malditos con la carretera. Tía Úrsula, su difunta esposa que en gloria esté, también murió en un accidente. ¿Cuándo me tocará a mí? ¿Eh? ¿Cuándo Dios querrá estamparme?

—Me da miedo preguntar, pero ¿qué le pasó a tía Úrsula? —Matruska estaba alucinada con el melodrama y totalmente enganchada al dramático estilo narrativo de Nikolás, el de la pena colgando.

—Nada, en un camino estrecho, de la forma más tonta. Un ciclista marcó con el brazo a la izquierda y tía Úrsula pensó que iba a girar, así que aceleró a fondo para adelantarle por la derecha… que llegaba tarde a la timba de cinquillo, pero el ciclista ni se inmutó, y ella se chocó contra un muro al esquivarlo en el último momento.

—¡Qué drama!

—Luego supimos que el ciclista nunca tuvo pensado girar a la izquierda, sólo estaba intentando deshacerse de un moco… Pobriño, sigue traumado.

—Chico, pobres todos, de verdad que lo siento —María Isabel acariciaba su hombro mientras él hacía pucheros.

—Y encima sin nadie que me consuele, sin una mujer que me espere en el pueblo, soliño y apenado para siempre.

Matruska observaba atenta la jugada, porque mientras Niko se compadecía de sí mismo, le pareció captar miraditas furtivas hacia su persona.

—… Y si al menos alguien me quisiera… alguien me diera calor por las noches…

Decididamente aquella era la forma de ligar de Nikolás: dando lástima.

—Ánimo, ea, ea —Matruska lo zarandeó un poco a modo de consuelo a distancia—, que tú vales mucho y seguro que en el próximo puerto te echas una “novieta”.

—Ya, ay, qué pena… pero ¿y de mientras?

—Bueno Nikolás, no seas jeta que se te ve venir —María Isabel había captado finalmente la treta—. Yo hablándole a Matrus bien de ti y tú…

—Pero mujer, compréndeme, es que me cuesta mucho acercarme a hembras para el lío… nací “roncodollo”, así que aprovecho las desgracias, que sé que os conmueven.

--¿Qué dice que nació? —le preguntó Matruska a María Isabel en un susurro.

—Que le falta un huevo —volvió a centrarse en Nikolás— ¿Y no puedes hacer como el resto de la humanidad? —la cocinera se mostraba indignada.

—Si es que es la historia de mi vida Isabeliña. Desde joven, mis amigos bajaban a la calle a comprar el periódico y volvían con un ligue; yo bajaba a ligar… y volvía con el periódico.


(…)


MIKA

martes, 20 de marzo de 2012

LA PESADILLA (Extracto de “La Ley del Dios Ciego”)


(...)

Casi nunca comenzaba la mañana feliz y contenta como esas personas agobiantes que ven en la luz del nuevo día otra oportunidad más para vivir. Yo sufría agotadoras pesadillas y dormía bastante mal.

La noche pasada había tenido un sueño terrible que se repetía a menudo desde hacía algunos años, atormentándome por su realismo y por la reiteración de los detalles más ínfimos.

Me encontraba en la casa de mi ex novio, un chico con el que había salido hacía bastantes años y con el que mantuve una relación muy “intensa”. Era su casa, seguro; no sólo respiraba esa sensación propia de los sueños en los que sabes que te encuentras en un sitio determinado aunque ni se le parezca, es que todo coincidía, los cuadros, las llaves de Iván en el aparador de la entrada y mi ropa para el día siguiente doblada sobre la silla del pasillo. Mi imagen al pasar ante el espejo era la de entonces, muy delgada, no creo que pesara ni 43 kilos, más que escasos para mi metro sesenta y cinco de altura; llevaba el pelo muy largo, negro y liso, y todos los rasgos de mi cara parecían mucho más marcados: la nariz más recta y huesuda, los pómulos y la mandíbula más afilados, y los labios demasiado gruesos en contraste con la escasez de carne del resto de mi fisonomía. Incluso mis ojos, agobiantemente plagados de pestañas, daban la impresión de ser más grandes en aquel escuálido contexto. Después de acabar con aquella fatídica relación engordé unos tres kilos, y mi cara comenzó a proporcionarse, manteniendo siempre mi pelo largo, y negro, como le había gustado a mi padre: “resalta tus preciosos ojos esmeralda mi niña” solía decirme cuando suplicaba que me dejasen cortármelo a lo chico como el resto de mis compañeras de clase cuando se puso de moda.

Todos los detalles. Incluso creo identificar en la ropa que llevo puesta al llegar a la casa, uno de mis jerséis preferidos. De pronto estoy en la cama de Iván y algo tira de mi mentón con una fuerza brutal, tanto que oigo crujir mis huesos. No consigo saber quién o qué es y estoy aletargada, completamente ida, de tal modo que no puedo resistirme, aunque lo veo todo, lo capto todo, lo siento todo. Soy arrastrada por el suelo de la habitación hasta un jardín, pero ahora ya no es la casa de Iván, es el jardín en el que jugaba yo de pequeña, en el chalet de unos vecinos. No puedo gritar, aunque contengo un alarido que explota en mi garganta una y otra vez desgarrándome por dentro, sin emitir sonido alguno. Me insultan, una voz conocida me grita cosas que no puedo soportar oír, y al despertar no las recuerdo, sólo siento que oírlas me duele más que los golpes y zarandeos que está sufriendo mi cuerpo inerte al ser arrastrado violentamente a lo largo de lo que se me antojan kilómetros de tierra, grava y piedras, y siempre sujeta por la mandíbula. Sus dedos han llegado a atravesar la carne por donde me tiene fuertemente sujeta, y mi barbilla se ha convertido en una grotesca asa, ya desencajada por completo de su lugar. Noto cómo en mis rodillas y codos se va desgarrando y desprendiendo primero la piel y luego la carne; un calor húmedo se extiende; quiero resistirme pero no puedo, no puedo hacer nada, sólo dejarme llevar. De pronto se detiene y me deja tendida en el suelo. Sé que estoy bañada en sangre porque me veo desde arriba, como en los sueños en los que uno puede volar y aprecia las cosas desde una perspectiva subjetiva y objetiva al mismo tiempo; llevo un camisón negro de raso y está hecho jirones, dejando desnuda toda la mitad izquierda de mi cuerpo. Puedo ver hueso bajo la sangre en algunas partes de mi muslo y en las rodillas. El pelo suelto, muy enmarañado y lleno de pegotes de sangre y otras sustancias viscosas a las que prefiero no prestar más atención. Me falta parte de la cara, la he ido perdiendo por el camino, al igual que algunos trozos de cuero cabelludo. Mi ojo izquierdo ya no parece ser pareja del otro, está caído, sin vida apoyado sobre lo más alto de mi pómulo, aunque aún dentro de su demacrada cuenca.

Sobre mí se encuentra postrado un hombre que parece montarme a horcajadas a la altura de mis caderas, sujetándome fuertemente entre sus rodillas; no le veo la cara y me da miedo mirar, pero me parece un monstruo. Aún así nada semejante a lo que empiezo a sentir en ese momento cuando el misterioso hombre comienza a acariciar con una suavidad abrumadora mi cuello, lentamente, bajando por mi clavícula, extendiendo mi sangre por donde pasa con sus exageradamente suaves dedos: mi pecho descubierto, mi cintura, mi estómago… muy despacio. Ya no siento tanto dolor, otra sensación que no quiero reconocer está embargando mi mente, mi lógica. Y entonces para, retira bruscamente la mano de mi estómago y la alza al cielo, mostrándola, intentando llamar la atención de alguien o algo, con toda esa sangre mía escurriéndose hacia su codo, invitando a lo que inexorablemente se aproxima.

En ese momento el dolor desaparece por completo, quedando ocupada esa parte de mi cerebro por un miedo atroz que no deja sitio a nada más: algo se acerca por detrás de mi cabeza  respirando muy fuerte, jadeante, dejando un rastro sonoro y viscoso según avanza. Y no quiero mirar, no puedo mirar, el pánico no me deja; incluso desde arriba lo veo todo borroso. No hay dolor, sólo una total ausencia de sentidos. Sólo miedo.

Siempre en ese punto me despierto totalmente cubierta en sudor y casi sin aliento, chillando para desbocar todos los sentidos bloqueados. Para resucitar.

No comprendo por qué tengo ese sueño, ni por qué siempre me despierto sin avanzar. Quiero ver qué o quién me da tanto miedo, y a la vez no quiero. Y tengo la certeza de que esa historia no es mía porque yo no la he vivido, porque yo no puedo haberla vivido.


(...)


MIKA




jueves, 15 de marzo de 2012

EL CANTO (un cuento de amor)


La primera novela que escribí, mi primogénita de la trilogía KRATOS, "La Ley del Dios Ciego", me ha traído muchos momentos maravillosos y especiales. Qué gusto dejarse la piel delante del ordenador vengándose de la compañera de trabajo que hoy te ha hecho la vida imposible, o del ex novio que no se portó bien... ¡Todos asesinados en el libro! Volcar las vivencias, los pensamientos íntimos, las inquietudes, construir vidas mezclando ficción y realidad... Ser una cotilla omnipotente y omnipresente es estupendo.  Pero a veces la musa se ha ido de pingo y no hay forma de escribir nada decente.

Así nació “El Canto”, un cuento que nada tenía que ver con el resto de historias que rondaban mi cabeza en aquel momento, un paréntesis algo fantasioso y quizá demasiado ñoño, pero le tengo cariñito.  Os dejo los primeros párrafos.

*(Y si os apetece leer el cuento entero, lo dejo en la pestaña "El Canto")


(…)

Y Daniel dejó de sentir.

Primero las yemas de los dedos, extendiéndose tal insensibilidad a lo largo de sus extremidades, durante lo que serían, irónicamente, los segundos más largos de su vida. La muerte era placentera, silenciosa, ajena al disgusto de los que observaran en tercera persona. En el caso de Daniel, nadie. Elena, el amor de su vida, se había ido muchos años atrás.

Carente de sensaciones y desprovisto del equipaje que siempre había sido un lastre, lo que debía ser su alma inició una lenta huida a través de los poros de su piel, y con esta forma incorpórea supo que se alejaba de todo lo conocido.

Muchos años atrás había dejado de soñar con el mar, incluso de amarlo, y sin embargo ahora se veía a sí mismo entre sus aguas tranquilas, mecido por suaves olas, arrastrado por alguna corriente sin rumbo aparente.

Y en algún momento a lo largo de esta extraña travesía, comenzó a sentir de nuevo, poco a poco, empezando por el agradable picor del salitre secándose al sol sobre su piel.

Y al sentir de nuevo se encontró varado en una orilla de aguas de brillo intenso y un profundo color turquesa. Era la playa más maravillosa que jamás hubiera conocido, y había conocido muchas.

Se incorporó con una agilidad y una suavidad que ya no recordaba, y decidió dar un paseo por el interior de aquella especie de atolón surrealista en el que había atracado su alma, un alma al parecer joven de nuevo.

Un exuberante jardín se iba extendiendo a sus pies según avanzaba. Gerberas a la derecha, margaritas a la izquierda y jazmines fragantes trepando por columnas imaginarias hasta donde la vista podía alcanzar. Una placita adoquinada a la antigua, limitada por bancos de teca y hierro forjado laboriosamente labrado, se apareció ante él, de la nada. Parecía estar en uno de sus sueños más preciados, uno de esos en los que el caprichoso subconsciente le permitía disfrutar de todas las cosas bonitas y sencillas que siempre había adorado… menos de una: jamás logró soñar con Elena.

Daniel se sentó en uno de los bancos, no porque lo necesitara, ya que se sentía más fuerte y ligero que nunca, sino para poder observar tranquilamente todo lo que le rodeaba, asumir aquella sorprendente y nueva realidad en la que todo parecía diseñado a su medida. Unos árboles colmados de frutas y de flores, comenzaron a brotar alrededor de la plaza aislándola de todo lo demás, creando una intimidad que también había añorado en demasiadas ocasiones.

Y entonces la vio. 

Tan lejos, tan cerca a la vez.

Su pelo castaño brillante flotando como si alguna corriente caprichosa la acompañase; sus ojos verdes, grandes, dolorosamente profundos; sus formas adecuadas, perfectas para él; sus mejillas de continuo ruborizadas. A Daniel le latía tan fuerte el corazón que no podía escuchar ni sus propios pensamientos. De sus ojos comenzaron a brotar lágrimas que se deslizaron raudas por las mejillas para salar las comisuras de su boca. Sonreía con desesperación, paralizado por la felicidad, incapaz de reaccionar.

Elena.

La amaba tanto que todo recuperaba su razón de ser.

(...)


MIKA

martes, 13 de marzo de 2012

Cuando la escritura me encontró


Sé que he estado muy vacía, en ocasiones demasiado como para no avergonzarme al recordarlo.
Y cuando por fin me identifico, me conozco y sé quién soy, de pronto la vida ya no es suficiente para mí; necesito sentir más, hacer más, avanzar. Así que pienso “quizá tocar algún instrumento…” y me compro una guitarra acústica estupenda que ahora mismo se pudre de asco en el trastero de casa. Entonces “decididamente será la pintura…”, y las tiendas de Bellas Artes comienzan a adorarme (conmigo estaban haciendo el agosto). “Creo que me confundí otra vez…” tengo que reconocer muy a pesar de mi pegajoso orgullo.

Así que una tras otra encuentro pasiones que me desapasionan en escasos tres días. Y busco y busco y pinto y toco la guitarra… ¿Quizá la alfarería? ¿Y si hago un curso de tornero fresador? ¿Tal vez esgrima? Creo que de nuevo se han puesto de moda los torneos medievales...

Nada.

Y entonces, un buen día, una extraña y bastante sádica idea rebota contra mi cabeza que en esos momentos se encuentra totalmente inmersa en el mundo de las artes varias. Necesito escribirla, no quiero que se me olvide semejante escenario macabro. Así quizá luego lo plasme en mi cuaderno de dibujo titulándolo “Asesinato Espeluznante en las Entrañas del Infierno Infernal” (no vaya a ser que luego se me olvide la manera de desmembrar un cuerpo humano de una forma tan romántica); o puede que le componga una balada heavy con la guitarra, o ¿por qué no? quizá la idea me quiera acompañar al curso de esgrima. La realidad es que tenía que dejar constancia de esa idea, así que me puse a escribir. Para cuando me di cuenta se me había ido de las manos, iba por la página seiscientos y ya me había cargado (en el papel, claro, que me sentía vacía pero no de conciencia) al menos a cuatro o cinco personas de las maneras más pintorescas siguiendo el dictado de mi cuanto menos preocupante imaginación.

Sé que mi técnica no es estupenda, que mis ideas pueden ser tontas, faltas de gusto o inteligencia, y que desde luego no soy una estricta literata; pero esa no es la cuestión. La cuestión es que por fin me siento llena y me expreso cómo y cuando quiero. Me encanta que la gente lea lo que escribo y me cuente lo que ha captado, lo que no le ha gustado, lo que sí… Es emocionante hacer sentir.


Y por si a alguien le interesase, yo me siento bien.

MIKA