Casi nunca comenzaba la
mañana feliz y contenta como esas personas agobiantes que ven en la luz del
nuevo día otra oportunidad más para vivir. Yo sufría agotadoras pesadillas y
dormía bastante mal.
La noche pasada había
tenido un sueño terrible que se repetía a menudo desde hacía algunos años,
atormentándome por su realismo y por la reiteración de los detalles más
ínfimos.
Me encontraba en la casa
de mi ex novio, un chico con el que había salido hacía bastantes años y con el
que mantuve una relación muy “intensa”. Era su casa, seguro; no sólo respiraba
esa sensación propia de los sueños en los que sabes que te encuentras en un
sitio determinado aunque ni se le parezca, es que todo coincidía, los cuadros,
las llaves de Iván en el aparador de la entrada y mi ropa para el día siguiente
doblada sobre la silla del pasillo. Mi imagen al pasar ante el espejo era la de
entonces, muy delgada, no creo que pesara ni 43 kilos, más que escasos para mi
metro sesenta y cinco de altura; llevaba el pelo muy largo, negro y liso, y todos
los rasgos de mi cara parecían mucho más marcados: la nariz más recta y
huesuda, los pómulos y la mandíbula más afilados, y los labios demasiado
gruesos en contraste con la escasez de carne del resto de mi fisonomía. Incluso
mis ojos, agobiantemente plagados de pestañas, daban la impresión de ser más
grandes en aquel escuálido contexto. Después de acabar con aquella fatídica
relación engordé unos tres kilos, y mi cara comenzó a proporcionarse,
manteniendo siempre mi pelo largo, y negro, como le había gustado a mi padre:
“resalta tus preciosos ojos esmeralda mi niña” solía decirme cuando suplicaba
que me dejasen cortármelo a lo chico como el resto de mis compañeras de clase
cuando se puso de moda.
Todos los detalles. Incluso
creo identificar en la ropa que llevo puesta al llegar a la casa, uno de mis
jerséis preferidos. De pronto estoy en la cama de Iván y algo tira de mi mentón
con una fuerza brutal, tanto que oigo crujir mis huesos. No consigo saber quién
o qué es y estoy aletargada, completamente ida, de tal modo que no puedo
resistirme, aunque lo veo todo, lo capto todo, lo siento todo. Soy arrastrada
por el suelo de la habitación hasta un jardín, pero ahora ya no es la casa de
Iván, es el jardín en el que jugaba yo de pequeña, en el chalet de unos vecinos.
No puedo gritar, aunque contengo un alarido que explota en mi garganta una y
otra vez desgarrándome por dentro, sin emitir sonido alguno. Me insultan, una
voz conocida me grita cosas que no puedo soportar oír, y al despertar no las
recuerdo, sólo siento que oírlas me duele más que los golpes y zarandeos que
está sufriendo mi cuerpo inerte al ser arrastrado violentamente a lo largo de lo que se me antojan
kilómetros de tierra, grava y piedras, y siempre sujeta por la mandíbula. Sus
dedos han llegado a atravesar la carne por donde me tiene fuertemente sujeta, y
mi barbilla se ha convertido en una grotesca asa, ya desencajada por completo
de su lugar. Noto cómo en mis rodillas y codos se va desgarrando y
desprendiendo primero la piel y luego la carne; un calor húmedo se extiende; quiero
resistirme pero no puedo, no puedo hacer nada, sólo dejarme llevar. De pronto
se detiene y me deja tendida en el suelo. Sé que estoy bañada en sangre porque
me veo desde arriba, como en los sueños en los que uno puede volar y aprecia
las cosas desde una perspectiva subjetiva y objetiva al mismo tiempo; llevo un
camisón negro de raso y está hecho jirones, dejando desnuda toda la mitad izquierda
de mi cuerpo. Puedo ver hueso bajo la sangre en algunas partes de mi muslo y en
las rodillas. El pelo suelto, muy enmarañado y lleno de pegotes de sangre y
otras sustancias viscosas a las que prefiero no prestar más atención. Me falta
parte de la cara, la he ido perdiendo por el camino, al igual que algunos
trozos de cuero cabelludo. Mi ojo izquierdo ya no parece ser pareja del otro, está
caído, sin vida apoyado sobre lo más alto de mi pómulo, aunque aún dentro de su
demacrada cuenca.
Sobre mí se encuentra postrado
un hombre que parece montarme a horcajadas a la altura de mis caderas,
sujetándome fuertemente entre sus rodillas; no le veo la cara y me da miedo
mirar, pero me parece un monstruo. Aún así nada semejante a lo que empiezo a
sentir en ese momento cuando el misterioso hombre comienza a acariciar con una
suavidad abrumadora mi cuello, lentamente, bajando por mi clavícula,
extendiendo mi sangre por donde pasa con sus exageradamente suaves dedos: mi
pecho descubierto, mi cintura, mi estómago… muy despacio. Ya no
siento tanto dolor, otra sensación que no quiero reconocer está embargando mi
mente, mi lógica. Y entonces para, retira bruscamente la mano de mi estómago y
la alza al cielo, mostrándola, intentando llamar la atención de alguien o algo,
con toda esa sangre mía escurriéndose hacia su codo, invitando a lo que
inexorablemente se aproxima.
En ese momento el dolor
desaparece por completo, quedando ocupada esa parte de mi cerebro por un miedo
atroz que no deja sitio a nada más: algo se acerca por detrás de mi cabeza respirando muy fuerte, jadeante, dejando un
rastro sonoro y viscoso según avanza. Y no quiero mirar, no puedo mirar, el
pánico no me deja; incluso desde arriba lo veo todo borroso. No hay dolor, sólo
una total ausencia de sentidos. Sólo miedo.
Siempre en ese punto me
despierto totalmente cubierta en sudor y casi sin aliento, chillando para
desbocar todos los sentidos bloqueados. Para resucitar.
No comprendo por qué
tengo ese sueño, ni por qué siempre me despierto sin avanzar. Quiero ver qué o
quién me da tanto miedo, y a la vez no quiero. Y tengo la certeza de que esa
historia no es mía porque yo no la he vivido, porque yo no puedo haberla vivido.
(...)
MIKA
Como siempre que me leo esta parte del libro "La Ley del Dios Ciego", se me ponen los pelos de punta solo de imaginarme a la protagonista. La descripción del sueño es tan real, una situación tan horrible, tan detallada, que no hace falta poner mucha imaginación para ver la escena en tu cabeza. Es una pesadilla que describe (a mi modo de ver) muy bien, los temores de la protagonista, te pone en conocimiento que ha tenido alguna experiencia horrible en su pasado y cuyos miedos guarda en su interior y se reflejan en su subconsciente, en sus sueños, en sus pesadillas. En definitiva, me encanta.
ResponderEliminarMe encanta como escribes, cada párrafo me engancha y estoy deseando seguir leyendo, me encanta tu estilo.
ResponderEliminarHola Carmen! Me acabo de dar cuenta de que creía que eras otra persona...te conozco? Sea como sea agradezco muchísimo tu comentario. Un beso grande.
EliminarHa sido un viaje fascinante....tan profundo, tan trágico y con tanta luz....Me encantan los personajes con sus luces y sus sombras, la historia que te atrapa desde la primera página...Lur es tan especial...me ha encantado y estoy deseando leer más...es adictivo!Es una primera parte perfecta para dejarte con ganas de más...Me muero por leer el segundo!
ResponderEliminarNo sé si os podéis llegar a imaginar lo feliz que me hacen vuestras palabras. Cuando escribo me voy a otro mundo, uno en el que todo es distinto y a la vez parecido a la realidad, en el que organizo las cosas de distinta manera para terminar muchas veces perdida en cada jardín... Me refiero a que sé lo que siento cuando escribo y sé lo que quiero transmitir, pero no sé si soy capaz de conseguirlo. Sois las primeras en leer algo mío, y de verdad que me habéis hecho sentirme bien. Peich, Carmen, muchas gracias; sabéis que os quiero y que sin vosotras no habría podido escribir. Arya, he impreso tu comentario para enmarcarlo (jaja), en serio, cuando lo he leído casi se me saltaban las lágrimas de la emoción. Ya va muy avanzada la segunda parte, y tened claro que con este público tan agradecido, no tardaré en terminar. MUUUAAAA.
ResponderEliminarEstoy tan enganchada a tus pequeñas muestras de novelas que se me hace eterno esperar a que nos muestres algo mas .estoy impaciente y creo que quienes te seguimos queremos mas .porfa hazlo . Mary
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