Este extracto de "Clarita McFly y su Odisea del Espacio Sideral" es algo surrealista y "futurístico", aunque estoy segura de que el futuro de las comunicaciones será igualito igualito a esto (sin apocalipsis, claro).
(...)
Algo
le rondaba la cabeza y su instinto super arácnido estaba a flor de piel.
Algo
iba a pasar…
En
cualquier momento…
En
un, dos, tres…
Tres
y cuarto, tres y medio…
Enseguida…
No
podía faltar demasiado…
Clarita
se dio por vencida. Se dirigía a su alcoba para arrancarse la macrofaja, a
bocados si hacía falta, cuando el destino decidió presentarse, cumpliendo con
sus presagios y poniéndole todos los cabellitos del cuerpo de punta.
El
timbre.
—Chica,
qué poco glamour; creía que “el destino llamando a la puerta” no era una cosita
tan literal —masculló entre dientes mientras se acercaba al umbral.
Al
abrir, un muchacho de unos cuarenta y siete años, con esas pintas que lleva
ahora la chavalería, con la visera de la gorra de lado, y la talla de la ropa
excesivamente grande, se encontraba recostado en el umbral, masticando chicle
con gesto de que fuera de sabor caca.
—¿María
Clara McFly?
Todo
su cuerpo estaba alerta, atenta a los movimientos de aquel anodino ser.
—¿Quién
pregunta?
—Oiga,
que soy un “mandao”, de “Mensajillos, Fanfarrias y Felicitaciones, S.L”, que
tengo esto para María Clara...
—Sí,
sí, McFly… anda, dame —extendió la mano para coger un cacharrito minúsculo y
transparente.
—Tiene
que colocarlo en el suelo, apagar la luz y darle al botón verde.
—Gracias,
majo.
Cerró
la puerta de un portazo antes de que el muchacho tuviera ni tiempo de alzar la
mano para pedir la propinilla.
¿Qué
mensaje habría para ella?
Nunca
le habían enviado uno de esos cacharrillos, y no pudo evitar sentirse
importante. Lo depositó con cuidado en el centro de la alfombra de la sala,
pulsó el botón y corrió a apagar la luz. De pronto, un halo tembloroso brotó
del aparatejo. Aquello, de repente, se llenó de luces serpenteantes, de láseres
psicodélicos. Parecía un genio saliendo, en lugar de “de la lámpara
maravillosa”, de un Civic de polígono.
—¡Ay,
coño, pedazo de rana! —se llevó la mano al pecho para sujetarse el corazón, que
se le iba a salir catapultado del susto. Un misterioso y solemne ser, el
posible producto de un idilio entre la rana Gustavo y el lagarto Juancho, se
apareció ante Clarita.
—Saludos,
Clarita.
El
rostro poco saludable, a la par de adorable, de aquel ser color verde aceituna
de Camporeal, le dio a entender enseguida que no corría peligro alguno (por no
hablar de que medía menos de un metro y le llegaba a Clarita justo justo a la
barbilla). Ya dentro de la tranquilidad, pasada la impresión inicial, decidió
contestar.
—Saludos…
¿señor?
Aquel
extraño ser se tomaba su tiempo para responder. Tranquilo y parsimonioso, no
hacía más que intrigarla.
—Las
apariencias engañarte no deben… verde soy, pero no rana…
—Perdón,
hombre… hágase cargo…
—Preocuparte
no debes, ofendido no me he…
—Oiga,
perdone la osadía, pero cómo me recuerda usted a un político catalán de tiempos
de mi abuela.
—El
yayo —susurró algo más tenso mientras el ojo derecho le temblaba en una especie
de tic—. Si posible para ti es… mentármelo no me lo has de. Al tema voy a ir,
que por minutos esto va…
—¿Y
qué es lo que pasa? ¿A qué la “performance”? Que yo no me quejo, ¿eh?, pero me
tiene intrigadísima.
—Una
solución a ofrecerte vengo.
—¿No
vendrá del Círculo de Lectores, no?
El
hombrecillo había perdido parte de su aura de absoluta paz. Al tic del ojo se
le unió un traqueteo, casi imperceptible para un humano sin poderes arácnidos,
de los dedillos de los pies.
—No,
nada te quiero vender…
—Pues
dígame, dígame.
—Sobre
nosotros el final se cierne… la vida humana acabarse debe, de remedio no poner…
—Chico,
no te capto. ¿Qué es lo que se cierne? ¿Y a mí, en qué me con-cierne?
—Del
tamaño del Retiro el meteorito que acabará con tus semejantes es. Venganza por
tus desaires, a la Oscuridad tentado has.
Clarita
no era capaz de entender todo lo que decía aquel pintoresco ser, pero tenía
claro que no mentía, que algo grave pasaba. Que su ex señorito la iba a liar
parda como represalia. La idea de un meteorito del tamaño del Retito retumbaba
en su cabeza.
—¡Vale,
¿quiere decirme que va a estrellarse un “pedrolo” contra la Tierra?, ¿es eso?!
Que mi ex jefe no ha podido esperar ni dos horas y tres cuartos, el jodío.
El
enigmático ser asintió entrecerrando los ojazos. Clarita se angustió
sobremanera… ¿El mundo se iba a acabar? ¿Ahora que se sentía tan viva, mejor
que nunca? ¿Y por culpa de su soberbia? O lo que era peor… ¿por salvar a
Tamara?
—Disculpe
el disgusto, caballero, es que me dice que se va a acabar el mundo y yo aún ni
he terminado de pagar la lavadora.
—Que
el mundo acabará yo no he dicho.
—Ah,
¿qué no?
—Salvarnos
a todos puedes.
Ahora
sí que no entendía nada. ¿Qué ella tenía que salvar a la humanidad? ¿Y cómo?
—¿Pero
qué barbaridad dice? ¿Cómo cree que yo, una sencilla asistenta galáctica, va a
poder hacer semejante cosa? Ya… ya sé que tengo algún podercillo que otro, pero
mire, del susto se me ha aflojado hasta el moño.
—Clarita,
en ti la fuerza está.
—Pero,
pero, pero… ¿y cómo voy a poder trajinar yo nada en ese meteorito?
—Subirte
a él deberás.
—¡Tustaschalao,
hombre! —le salió del alma, sin llegar a tiempo para poner el filtro que el pudor
siempre interponía entre su cerebro y su lengua. ¡¡¡¿Pero cómo quiere que me
suba a semejante piedra en pleno acercamiento a la tierra?!!!
—Las
matemáticas, un sofisticado programa informático, nos permitirán…
—Espere,
espere, espere… pero yo, pero yo… ¡Las matemáticas olvidado se me han! ¡La
informática aprendido nunca he!
—Clarita…
tranquila debes estar… los cálculos elaborado he, y todo preparado está.
Clarita
respiraba a duras penas, al borde del soponcio.
Intentó
inspirar hondo, pero aquella maldita malla no se lo ponía fácil. Decidió contar
lentamente hasta diez (uno, cuatro, siete, dos…). El sosiego, poco a poco,
acudía en su auxilio.
Si
todo estaba calculado, si sólo faltaba ella en aquella obtusa ecuación, ya nada
más podía hacer aparte de ofrecerse y consentir. El destino de la humanidad
dependía de ella, y debía intentarlo al menos. Una especie de emoción histérica
se estaba apoderando de su ser.
—Vale,
venga, va… ¿qué tengo que hacer?
—¿Hablarte
con sinceridad me dejas?
—Claro,
hombre de dios; este horno ya está preparado para cualquier “madalena”.
—Madre
del amor hermoso, menos mal. No sabes lo complicado que se me hace lo del
retorcimiento gramatical cuando quiero ir al grano —suspiró aliviado mientras
se aflojaba la batamanta—. Sólo tienes que ir al tele-transportador, que te he
dejado ya metidas unas coordenadas que me ha proporcionado una app estupenda
que me he bajado esta mañana del App Store, el “Planet Destruction Gum App”, y
aparecerás en un satélite que se ha quedado enganchado al meteorito a su paso.
Te bajas como puedas, y sólo tienes que hacer un buen boquete en el suelo y
meter un artilugio explosivo que te he dejado en la cabina del
tele-transportador. Lo accionas con el mando antes de que el temporizador de
choque esté en sesenta segundos, y pelillos a la mar. Calculo que si vas yendo,
puedes estar sobre la superficie del meteorito una media hora antes de la
inminente colisión.
—¿Inminente?
—Bueno,
intento no ser demasiado optimista, que luego vienen los “pero tú me dijiste”.
Ya habrá tiempo de celebraciones si todo sale bien.
—¿Y
si no sale bien? —se angustió Clarita.
—Hay
un plan “B”.
—Un
plan “B” —susurró sujetando la emoción que le electrificaba todo el cuerpo
serrano—. ¿Y cuál es?
—Estrellarlo
contra la Mostoleja.
Clarita
no pudo contener un gritito de pura euforia.
—La
Mostoleja… qué buena idea...
Se
trataba de un pueblo fantasma deshabitado hacía más de una década. Habían
pasado ya doce años desde que el gordo de la lotería de navidad callera en
pleno en Móstoles, y los emocionados millonarios habían querido crear un barrio
glamuroso entre Pinto y Valdemoro, sin apartarse demasiado de sus orígenes.
Claro está que antes de dos años ya se lo habían fundido todo, quedando la
urbanización y la algarabía de los mostolejeños, de capa caída. Daba verdadera
cosita pasar por la carretera y ver tanta opulencia a media asta.
—Ya
lo pillo… ¿Y yo? ¿Qué hago yo? Porque claro, yo le doy al botón para que
explote la bomba de marras, pero yo ¿cómo me salvo?
—Acciona
el botón una vez estés dentro de la cabina del tele-transportador de nuevo,
mujer… Seguro que te da tiempo si buscas el instante exacto. Y si no, saltas, o
lo que sea…
—Vaya…
pues qué chupi —su talante se tornó menos optimista.
—La
fuerza contigo va… Asustarte jamás debes.
—Anda,
ahora volvemos a las frasecitas… Vale, pues... intentarlo he de yo, preocuparse
usted no debe… oye tú, vaaamooos, podrelo conseguir…segura me hallo…
El
extraño ser la miraba como las vacas al tren.
—Bien,
vale, bueno… estupendo, Clarita, pues nada. Qué todo vaya lo mejor que pueda
ir, ¿eh, maja? —la imagen comenzaba a difuminarse—. Y lo dicho… hala, ánimo… y
que dios reparta suerte.
—¡Ay,
por cierto —gritó de pronto Clarita—, ha sido un placer conocerlo, don Ete!
El
hombrecillo suspiró resignado. Mientras su imagen se velaba, aún se le pudo oír
refunfuñar.
—Ete,
Ete… no te jode la tía petarda… Van “apañaos”.
MIKA LOBO
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