viernes, 4 de noviembre de 2016

La segunda parte de Matruska... en el horno! Cual empanada...

No es por fastidiar el argumento del libro, que esta vez es mucho más profundo y visceral, directito desde mis entrañas, pero os voy a dejar parte del primer capítulo, para que veáis la que se ha liado ahora. Espero que os guste :)


CAPÍTULO 1: ¡CON LA IGLESIA HEMOS TOPAO!

—Ave María purisísima…
—Sin pecado concebida, hija. Cuéntame.
—Padre... necesito urgentísimamente confesarme.
La preciosa y apacible villa de Mira Vidillas del Cazorla, se había engalanado de puro glamur en el mismito instante en el que aquella beldad elegante, estilosita y remona, había plantado su tacón de doce centímetros en su ermita. El párroco entrecerró los ojos procurando atisbar entre las rendijas de la rejilla del confesionario. No le costó demasiado, acostumbrado a decodificar de tal modo el Canal + los viernes a medianoche en los años 90… y claro, la reconoció enseguida.
—Ay, madre… ¿Matruska? —gritó con pavor.
Ella, sobresaltada, se cogió el pecho.
—Jo, qué susto, por Dios… tssss… sí, soy yo —gritó a susurro pelado.
—¿Pero qué, pero qué…? ¿Se puede saber qué haces aquí? ¿Es que no hay aldea perdida entre las montañas a la que no puedas llegar tú con esos andamios? Qué desastre, qué desastre… Jo, Matrus, que me ha costado mucho rehabilitarme… ¡y suéltate la teta ya de una vez, que vivo en celibato, mujer! En el más terrible, oscuro y ponzoñoso celibato…
—¡Yujuuu! —lo animó ella bastante escasita de alegría—. Te veo muy bien, ¿no? Ese hábito te queda muy coqueto.
—¿Pero qué… qué… qué haces aquí?
—Mira, Mac…
—Ni se te ocurra llamarme así… Aquí soy “padre”, a secas.
—¿Pero cómo te voy a llamar padre? ¿Puedo llamarte papi?
—¿¿Estás loca?? Bueno… qué pregunta la mía…
—¿Y papuchi?
—¡Que no soy tu padre, leches! Bueno, dime a qué has venido y acabemos de una vez.
Matruska se mesó la espléndida melena, acomodó su falda de tubo, y suspiró.
—Yo… verás… es que… a ver, papu… padre…
—¡Madre del amor hermoso… ¿tan grave es? Para que tú te quedes sin palabras debe ser la pera limonera! —renegaba con la cabeza—. ¿Qué has hecho ahora, hija de mi vida y de mi corazón?
—¡Pero si yo no he hecho nada! Esta vez la culpa no es mía, de verdad.
—Ya, ¿como cuando tiraste a mi tortuga por el váter porque no reaccionaba, o como cuando inundaste mi trabajo de ciencias con tu baño de espuma regeneradora?… No, no, mejor, ¿como cuando mataste a mi yaya?
—Chico, qué exagerado, por Dios. ¿Cómo iba yo a saber que las tortugas hibernaban? Lo de tu abuela nunca se confirmó, quizá no fue el melón al cointreau de mi comunión lo que la indujo al coma —el párroco se santiguó compungido—. Y tu trabajo de ciencias no era nada estilosito, Mac…
—Por ahí sí que no paso, Matrus. No sabes la de Karma que he quemado siendo tu vecino; ahora merezco un poquito de paz.
—Y quizá que yo te confiese que acabo de cargarme a todos mis compañeros de la oficina no te va a dejar muy buen cuerpo, ¿no? —susurró Matruska muy compungida.
El párroco, que había adquirido un tono amarillo limón en su tez, se puso en pie como impulsado por un resorte, salió del cajón de madera y comenzó a caminar compulsivamente por toda la ermita, alrededor de los cuatro bancos que escasamente cabían entre el altar y los bártulos de pilates y agroboxing que el alcalde insistía en guardar allí. Se llevaba las manos a la cabeza para inmediatamente alzarlas al cielo. Matruska no sabía si hablaba con Dios o renegaba de él.
—¡¡¡¿Pero cómo… cómo… cómo puede ser?!!! —gritaba fuera de sí.
—Pues díselo a Nelson Do Fabroso Gomes, y a sus videos de Youtube, porque yo seguí escrupulosamente sus instrucciones…
Mac se paró en seco y caminó lentamente hacia ella; alzó las manos y las apoyó en los hombros de Matruska.
—Cuéntame, ¿qué ha pasado? No, no, no, no… mejor no me digas nada… no, bueno, sí… no… bueno, dale, y que sea lo que Dios quiera —suspiró resignado.
—Pues verás —todas las historias que ella contaba y empezaban con “pues verás” eran realmente terribles; era como el “érase una vez” del apocalipsis—, es que quería tener un detallito con mis compis. Ya sabes que no dejé de trabajar, a pesar de lo requetemillonaria que me hice con mi “Fabulous Creme”, así que fuimos a un agroturismo en la sierra, pues lo normal, de retiro, de actividades de grupo y esas cosas…
—Los invitaste a una escapada…
—¿Estás loco? ¿Invitarlos? Son un montón… Les hice una empanada.
—¡¡¡¿Un montón?!!! —exclamó horrorizado.
—Sí, pero no te preocupes, la empanada era grandísima.
—¡Ya, eso era lo que me preocupaba, que aunque fueran “un montón” al menos la hubieran espichado con las tripitas llenas, no te jod…! —alzó las manos al cielo, arrepentido, y se santiguó.
—Bueno, el tema es que ya me conoces —el párroco asintió resignado—, me gusta ser original, y lo de la empanada de atún está como muy visto, ¿no? Así que yo quería algo más resultón, más glamuroso...
—Ve al grano, Matrus.
—Pues es que mi Nelson do Fabroso es muy socorridito, hijo, y que necesito arreglar el mando a distancia, pues Nelson tiene colgado un tutorial de cómo hacerlo; ¿Qué quiero afinar un piano? Pues ahí está él, que ni el mismito Richard Claydeman con su melena al viento. Y además es todo tan bonito… ¡Cómo lo ambienta! Ay, si lo ves… con su bachata de fondo, y él tan contento… ¡que parece todo tan fácil y divertido! ¡Como que ya he montado unas baldas, he tejido en patchwork y estoy preparando un terrenito en mi jardín para instalar una piscina olímpica!
—Bueno, estupendo, ¿y qué?
—Pues que tenía un tutorial de cómo cortar y preparar el pez globo, y entonces…
De pronto una arcada de las gordas le vino al pobre curilla a la boca.
—¿Cómo que pez globo, cómo que pez globo, cómo que pez globo? ¿Ese que es super mortífero? ¿Ese que mata a decenas de japoneses al año? ¿Ese? ¿Ese? ¿Ese?
—Sí, el de toda la vida, que es valoradísimo, y exquisito…
—Y mortiferísimo, Matruska, por Dios. ¡Que los propios japoneses, con sus chefs profesionales, mueren de eso!
—Bueno, el tema es que me pareció muy chic, así que fui al Merchadona…
—¿Al Merchadona? ¿Pero venden pez globo en el Merchadona? ¿Pero cómo puede ser, por el amor de Dios? ¿Qué clase de incautos…?
—Déjame terminar, Mac… padre, Mac padre… Ay —se rio encantada—, así parece que estoy pidiendo una hamburguesa… Bueno, la cuestión es que no lo compré en el super, sino que se lo encargué a Kloruro Chiuá, un amigo mío que trabaja allí.
—Y que lo que más me sorprenda hasta ahora de toda esta historia, sea que te codees con un empleado del Merchadona… qué triste, ¿no?
—Bueno, es un conocidillo… y no es un empleado cualquiera… me consigue todo lo que necesito para mi laboratorio, ya sabes.
—Sí, ya, claro que sé; qué remedio. Así que le compraste al tal Kloruro el pez globo, así, sin más, y seguiste las instrucciones del bachatero en youtube para cortarlo y preparar una empanada… Pues no entiendo qué pudo salir mal, de verdad —sentenció rezumando ácido satírico.
—Chico, ni yo —suspiró contrariada—, pero así debió ser, porque todos comieron empanada menos yo, y ahí están todos… ya sabes…
—Pues la verdad es que no, no sé… ¿Dónde, Matruska?, ¿dónde los has dejado a todos?
—En el agroturismo, claro.
—Claro.
—No me los iba a traer a todos aquí… necesitaría un autobús.
—¡¿¿Un autobús??! ¿Pero cuántos, cuántos…? No… no, no, no… déjalo. ¿Y los has dejado allí? ¿Y qué vas a hacer?
—Pues evidentemente, solucionarlo.
—Pues claro, qué tontería de pregunta, y yo aquí preocupado por nimiedades. Pero, una cosita, mona… ¿cómo soluciona uno tamaño improperio? Si no es osada la cuestión, vamos.
—Tendré que viajar en el tiempo y preparar la empanada de otra cosa, por supuesto.
—Por supuesto, por supuesto —se apresuró a declarar mientras pensaba en cómo llamar a los del psiquiátrico del pueblo para que se la llevasen, sin que ella notase nada—. Venga, Matrus, en serio. Esto es muy grave… te has trincado a toda tu oficina, y ahora estarán con San Pedro en las puertas del cielo viendo cómo los has abandonado ahí para que se pudran. ¡Hay que hacer algo, hombre!
—¿En el cielo? ¿Con San Pedro? Yo no creo en Dios, y menos en uno que permita que me pase esto a mí.
—¿A ti?, ¿a ti te ha pasado “esto”? Claro,  pobrecita, a ellos nada, agüita de limón… y sus familias, nada, ¿verdad?, ya aprenderán a vivir con uno menos; total… Yo tampoco creo en Dios, pero algo habrá que hacer.
—¿Pero no eres cura? —Maruska estaba sorprendidísima.
—Sí, pero es una larga historia, yo sólo quería tranquilidad… tranquilidad. ¡Qué suerte de caca, por Dios! —susurró.
—Pero cuéntame, cuéntame, que esto promete… —estaba emocionada con el chisme.
—¿No crees que tenemos otras cositas que tratar? Habrá un montón de personas preguntándose por sus familiares.
—No, verás, está todo arreglado. Era un retiro sin contacto con el exterior; sólo nosotros, la naturaleza y nuestras conciencias. Ni wifi, ni coberturas, ni nada. Íbamos a descansar, relajarnos y pasarlo bien; a generar vínculos de confianza entre nosotros, pero sobre todo, paz.
—Sí, la eterna… ¿Y te dejaron ir… a ti?
—Ja-ja-ja, qué simpático. Me está empezando a parecer que toda esta actitud negativa tuya va en serio…
—No, mujer. Pero sigue, sigue.
—Pues tengo tres días, antes de que todos se empiecen a extrañar, para echar marcha atrás todo esto.
—Ya, y eso lo conseguirás… ¿deseándolo mucho y golpeando tus tacones, Dorita?
—No sé de qué hablas, pero estos Manolos no los golpea nadie. Lo que tengo que hacer es conseguir la secretísima “Fórmula del Retorno”.
—Ah, esa, haberlo dicho antes, mujer. Pues nada, hala, que se te dé bien… y escribe pronto, que enseguida los franqueos te los pagará el estado.
—¿Pero a dónde vas? Que te necesito, Mac… padre.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos al borde del desborde. La comisura de sus labios se hizo cóncava, y sus hombros, siempre estirados y esbeltos, quedaron como desinflados a los lados de su escultural cuello.
—Nooo, no, no, no, no… A mí no me líes. ¿No tenías tú un novio requetestupendo?
—Me dejó —rompió a llorar como una loca.
—Rico, guapo y listo —susurró para su alza cuello.
—¿Qué?
—Nada, nada… Pero tienes mucho dinero, mujer, podrás pagar a alguien para que te ayude a “lo que sea” que tengas que hacer para conseguir la fórmula esa…
—La Fórbula del Retobno —declaró con toda la solemnidad de la que pudo hacer acopio de esa guisa—. Pero es que lo tengo casi todo entre joyas, ladrillo y “preferentes” —rompió a llorar de nuevo.
—Vaya, qué suertuda. Vaaale, venga, anda… Sé que me arrepentiré, pero total, este pueblo es un pestiño. ¿Qué hay que hacer?
Matruska sacó una toallita húmeda de su bolso y se restregó la cara concienzudamente para quedar de nuevo como si nada hubiera pasado. Y es que tenía una capacidad de reconstrucción inusitada en el ser humano; el Ave Fénix del glamur.
—Chica, por Dios, esas toallitas te habrán costado un pastón.
—Con decirte que estaba entre ellas y un Picasso…
Ambos sonrieron.
—Si en el fondo te he echado de menos, Matrus.
Se abrazó a ella fugazmente, para enseguida soltarse. Se frotó los ojos discretamente.
—Bueno, entonces, ¿vamos?
—¿Pero a dónde?
—Al pueblo de mi padre.
—¿Y allí está la fórmula?
—Creo que allí daré con ella. Cuenta la leyenda que…
—Sí, sí, sí… anda, luego me vas contando, no vaya a ser que me surja un imprevisto ineludible —abrió la puerta de la ermita y la sujetó a la espera de que ella pasase.
—Vale, pero necesitamos un pirata.
—¿Un pirata? —preguntó aún, si cabe, más extrañado el párroco.
—Sí, vamos a necesitar un pirata, un hombre santo y una virgen…

—No, si me pasa por preguntar… Hay que joderse.



MIKA LOBO


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