jueves, 6 de septiembre de 2012

Indignada, pero de ceño fruncido y "ahora no respiro"

¿Un banco malo? 

No sé muy bien a qué se refieren, y estudié empresariales, así que supongo el dilema de los que no están habituados a la verborrea económica. ¿Algo así como la caja llena de arena perfumada en la que mis gatos se desahogan y dejan sus "cosas tóxicas"? ¿Y se puede hacer esto con todo? 

Pues qué bien...

Y dicen que esperan no suponga un coste para los ciudadanos... pues yo también lo espero, pero también esperaba que Papa Noel me trajera algún año un coche como el de Martín McFly, y adivinad... sólo os diré que jamás sabré si se llevarán los pantalones de campana en el 2095. Hoy he oído que con la subida del IVA podemos ahorrar unos 7.500 millones de euros al año; es decir, que si Bankia ha sufrido unas pérdidas de unos 4.400 millones hasta junio... tendremos para cubrir el desaguisado que tenga para diciembre... o no, vete tú a saber ¿De verdad hay que crear un banco malo? Si ya tenemos ¡de sobra, hombre!

No me gusta que me engañen y me digan que no hay otra manera de hacer las cosas, que me traten como a una tonta y pretendan que me crea que se puede crear un banco estatal que compre toda la bazofia de las "empresas privadas dedicadas a la banca" de este país sin que suponga un perjuicio, un coste o un mal mayor futuro... No hay otra manera, dicen. Que me pregunten, que no soy nadie, que pregunten al pueblo, a millones de personas que no se dedican a la economía, ni mucho menos, y aún así paren ideas mil veces mejores que las de estos políticos que supuestamente cuidan de nosotros. 

Ya sé que el sistema financiero es hoy lo que la Iglesia era en la Edad Media, el poder sumo, el manipulador de las marionetas, pero es que esto clama el cielo. Hemos vuelto al Despotismo Ilustrado (todo por el pueblo, supuestamente, pero sin el pueblo, ¿recordáis?), y yo yendo a votar como una tonta. He oído varias veces que quizá sea la única forma de hacer que el país cambie desde sus cimientos, sanee su economía, pero yo creo que somos un país de peineta, pandereta y piojo, y necesitaríamos años y un cambio cultural brutal para poder ser tan productivos y organizados como países a los que nos quieren asemejar. ¿Qué se puede esperar de una nación en la que si pones una expendedora de periódicos sin dosificador sólo leería una persona? Seremos "el corralito" de Europa, uno de los países a los que el euro le vino inmenso.

Y ahora nos hacen creer que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, esos mismos que "cuidan de nosotros" y nos han organizado la vida para vivir como vivimos... tócate la narices. Si tener una vivienda digna para vivir y un coche para poder ir al trabajo es vivir por encima de mis posibilidades, entonces por supuesto que sí, pero sólo en España que el poder adquisitivo es un engaño y cobramos una tercera parte que en otros paises en los que la vivienda cuesta lo mismo que aquí. Además tengo el pequeño defectillo de necesitar comer para vivir (caprichosilla que es una).

¿Sanidad? ¿Cultura? ¿I+D? ¿Por qué se ceban en las tres claves de la evolución y prosperidad de un país?  ¿Preparándonos para el servilismo y la ignorancia? Qué bien, me quedo más tranquila.

Si hay democracia de verdad y este gobierno trabaja para mí, le ordeno que no anime a mi jefe a que me despida, que no permita que mi banco me robe mi casa y mi dignidad, que no me tire a mí y a otros tantos millones de personas a la basura como un mal menor para el saneamiento de una economía destruida por el mismo sistema financiero que quieren salvar por narices. Y si no obedece... lo despido con derecho a un mes y pico de paro. Si trabajan para mí, no quiero que " salven" a un sistema financiero, a una banca, que por podrida, corrupta y confundida nos ha traído hasta aquí; no, que va, quiero que los juzguen, que vayan a la cárcel si toca y que creen una nueva banca que no se confunda tanto ¿tan difícil es? Claro que sí... pero...

¿Más que esto?




MIKA 

viernes, 24 de agosto de 2012

Crónica 1 (31-07-2012)


Hoy hemos madrugado.
Un calambre de tímida satisfacción ha recorrido mi espalda al captar los rayos de luz del sol colándose a través de las rendijas de la persiana. Hoy me apetece acompañar a Gartxen. Debe estar igual de emocionado que yo, aunque él lo demuestre roncando, murmurando y remoloneando en la cama cual ballena varada.
Casi todos esperan ya en el Junira… ¡Vamos Txen! Amaia se va a la playa. Ramón se ha pasado sólo a desayunar. Somos muchos… quince, doce motos. Carrasco nos va a guiar.
Ya salimos…
No soy motera, sólo pakete, pero el rugido absolutamente heterogéneo de motores, los destellos de brillo sobre el metal de colores, las bromas, el ambiente… te afectan en cierta manera, te vienes arriba, y es entonces cuando te encomiendas al dios asfalto, a la naturaleza, al viento que te va a acompañar…
… en el minuto siete ya me encomendaba a otro tipo de dios:
                “Jesusito, Jesusito… que no se me llene la boca de carretera”.
¡Carrasco está fuera de sí! Somos los segundos y no queremos perderle… Curva a la derecha, curva a la izquierda, de nuevo a la derecha, la carretera se estrecha, se estrecha más… ¡¿Pero cómo vamos a subir eso?! ¿Y la bajada…? Gartxen reduce, re-reduce, requetereduce… ¿No hay marchas más cortas?
                “Jesusito, Jesusito…”
Descubro que tengo un superpoder de dudosa practicidad, el de hacer el vacío con mi trasero. Gartxen me pregunta si voy bien.
                —¡Te noto tensa!
                —¡Yo ni me noto!
Carrasco nos va indicando (muy bien, todo sea dicho): Un pollo, una gallina… ¡mira que cabra!... y el bidegorri… ¡Anda, banquitos, merenderos y barbacoas! No puedo mirar, tengo la sangre de mi cerebro concentrada en desalojar mi esfínter de entre las costillas flotantes.
                “Qué bonito…”
He conseguido captar algunos paisajes por el rabillo del ojo… qué maravilla, qué altura… Otra vez bajando. Carrasco nos hace señas:
                —¡¿Qué quiere decir eso?! –le pregunto incrédula a Gartxen.
                —¡Que la carretera baja!
—¡¿Cómo que baja? ¿Y qué es lo que ha hecho hasta ahora?!
Pánico y desolación.
                “Jesusito, Jesusito…”
Llegamos a un bar que se llama “Cantabria”, pero no tengo ni idea de dónde estamos. Recuerdo haber tomado un pintxo y una coca-cola a la espera de recuperar la sensibilidad perdida en lugares de mi cuerpo que jamás se habían dormido anteriormente. Comprendo que voy a necesitar mucha rehabilitación para volver a abrir mis posaderas.
                —Anda que si llega a venir Amaia… —coincidimos Alex y yo.
Fotos, paisaje bonito… Vamos a seguir hacia Ermua, creo… ¿luego Bolívar? Es lo bueno de ser pakete, otros mandan. Ahora vamos por carreteras más normales (o lo que es lo mismo, menos cercanas a mi concepto de la muerte). El presi, Olagarro, Iholdi y Kepa se desvían. Nos pegamos a Oscar que nos deleita con un concierto de violín, un baile cursi a lo Marisol y todo un espectáculo de variedades sobre la moto. Se conmueve al ver una libélula, nos la señala emocionado, recordándome a Carrasco escasos minutos antes. Yo ni siquiera veo las rayas de la carretera… ¡para ver al jodío bicho!
Otra paradita, unas birras, y cada mochuelo a su olivo.
¿Lo más preocupante?
¡Que me ha gustado!

jueves, 3 de mayo de 2012

Misión en México (Extracto de "El Privilegio del Rey Roto")


(...)

Yo confiaba plenamente en Paul. A lo largo de los años, el que había empezado siendo para mí el hierático e inaccesible señor Smichen, se había convertido en un hermano, en el mejor amigo que jamás hubiera podido tener. Cuidaba de mí y siempre se preocupaba; claro que a veces tenía que regañarme y castigarme, pero normalmente todo nos iba bien. Mi vida estaba a sus pies. El trabajo lo era todo para mí, y mis compañeros, mi familia. Así que haría lo que fuera por ellos y por las necesidades del jefe, fueran las que fueran.
Fui en busca de Paul. Él debía darme las instrucciones de mis próximos movimientos. La sala de servidores era su lugar preferido para meditar y supuse que lo encontraría allí. A mí aquella estancia no me gustaba tanto como a él; tan oscura pese a los cientos de leds de colores que no paraban de bailar por doquier, y el ambiente frío… no era un lugar agradable a mi modo de ver. Sin embargo Paul se aislaba y pensaba con mayor objetividad allí enclaustrado.

—¿Paul? ¿Puedo pasar?

—Allan… ¿ya te has despertado? ¿Cómo te encuentras?

—Bien, no te preocupes. Mucho mejor.

Avancé sigiloso. Me estremecí por la baja temperatura del lugar.

—Allan, estaba pensando… ¿estás seguro de que no pudo comprobar la inspectora dónde te había alcanzado con el disparo?

—Me giré antes de levantarme del suelo, después de ser abatido, y no pude verla, por tanto ella a mí tampoco, estoy casi seguro. Y no dejé sangre.

—Bueno, Allan, aunque tuvieran tu sangre tampoco iban a poder descubrir gran cosa.

—No, supongo que no…

—Lo que me preocupa es que busquen a alguien herido de la mano derecha ¿comprendes? Por mucho que te hayan escayolado, serían excesivas las sospechas.

—¿Quieres que me retire? A lo mejor puedes mandar a otro a realizar mi trabajo —muy a mi pesar, eso podía ser lo mejor por el bien de todos.

—Ni hablar, Allan, ya sabes que eres de mi plena confianza. Sólo quería conocer tu opinión, si es fácil o no que te identifique la inspectora.

Siempre me emocionaba comprobar la estima que me tenía. Era reconfortante.

Todo había comenzado en una misión en México. La hija de una amiga del jefe había sido secuestrada por una banda de delincuentes nacida de la alianza de otras bandas, ya de por sí bastante peligrosas. El jefe se había comprometido a salvarla “como fuera”, y ahí entrábamos nosotros, dispuestos a todo. Integrantes del cuerpo de policía y algunos mercenarios, ex agentes de distintas inteligencias, estaban asociados y colaboraban directamente con esta banda, que además se dedicaba a diversos negocios de explotación y distribución, y eran proveedores, casualmente, de la empresa de la madre de la muchacha secuestrada, la amiga del jefe.

Teníamos órdenes estrictas. Debíamos actuar al margen de cualquier legalidad y sin levantar sospechas. Tras cinco días en México DF, indagando y echando mano a todos nuestros contactos, descubrimos que era muy posible que la niña se encontrase en una finca a las afueras de Tepetlixpa, no muy lejos de México DF. Así que Paul y yo, después de informar debidamente al jefe, nos dirigimos allí armados hasta los dientes.

Estuvimos dos días apostados en un alto cercano a la finca, estudiando los movimientos, las idas y venidas, la posible vigilancia… pero nada. Allí sólo se veían mujeres trajinando, y de vez en cuando, algún niño correteando tras un balón.

Paul estaba por encima de mí; llevaba más tiempo en la empresa y dirigía la misión; no le gustaba que opinasen sobre su forma de llevar las cosas, así que yo me limitaba a seguir órdenes. Decidió que íbamos a entrar aquella noche y yo simplemente asentí mientras preparaba todo el utillaje que íbamos a necesitar para el asedio.

Entramos allí con la preocupación del que siente que algo no cuadra. Un secuestro importante, de mucho dinero, ¿y nada de vigilancia? Pero nuestras sensaciones no eran importantes en aquel momento. Había una misión que cumplir y ninguna excusa posible ante el fracaso.

En la finca reinaba el silencio más absoluto, y fuimos comprobando todas las estancias, inspeccionándolo todo, sumergidos en el mayor de los silencios. De pronto dimos con la habitación adecuada; unos diez niños dormían apaciblemente sobre unos camastros aparentemente improvisados, rodeando, como si la vigilasen, una cama más grande con nuestro objetivo atado de pies y manos a sus cuatro esquinas. Paul retrocedió con sigilo y me hizo una señal para que saliera de la habitación con él. Una vez fuera, me comunicó con señas que entraría él e intentaría sacar a la niña sin despertar a sus guardianes. Y así lo hicimos. Sabíamos que de despertarse alguno, daría la voz de alarma y alguien vendría a por nosotros, pero no imaginábamos que aquellos niños cumplían en sí mismos la función de vigilancia y estaban armados y desprovistos de conciencia.

(...)

MIKA


La visiten de Matrusken (extracto de "Matruska la pelandruska")


En esta parte de la novela, Matruska está recordando su cruel adolescencia. Ha pasado el verano en Estepona y allí se ha enamorado de un “dios nórdico”, Norbert Schwimmbäder, al cual persigue hasta Berlín. Él no se esperaba verla tirada junto a la puerta de su casa, y decide esconderla en su desván antes de que sus padres descubran tremendo desatino.
(...)

—Tú te vas a quedarrrr aquí, ¿ya?

Ya.

—Y no harrás rrruido, ¿ya?

Ya… —echó una ojeada a su alrededor—. ¿Aquí, Norbi?

Ya. Si te ven mis padrrres me matan.

—¿Pero por qué, Dios? ¿Por qué todos quieren acabar con nuestro amor? ¿Por qué el mundo es tan injusto? ¿Acaso merecemos tanta penuria, tanto dolor… tanto sufrimiento?

Ya… estooo, nein, clarrro que nein. Ya se me ocurrirrrá algo.

—¿Pero vendrás a estar conmigo?

Norbert salía por la puerta a toda prisa mientras Matruska extendía sus brazos hacia él.

Ya, ya

La muchacha, aún emocionada por el emotivo encuentro, se sentó sobre unos cojines que descansaban en el suelo, bajo un pequeño ventanal por el que se colaba la escasa claridad del día. Observó a su alrededor.

—Qué ilusión le ha hecho… ¡Hay que ver lo que nos amamos!… y qué de agua con gas, con lo mala que está…

Por lo visto utilizaban aquella estancia como almacén, porque había un montón de tambores de algo parecido al detergente español, botellas de agua y lejías.

—Qué hambre tengo —susurró.

Suspiró imaginando cómo en cuanto anocheciera, Norbert subiría a encontrarse con ella, trayendo consigo los restos de la suculenta cena que habría preparado su futura suegra. Atusó los cojines a modo de colchón y se tumbó para poder descansar un poco. Estaba emocionada, pero necesitaba echarse un rato, sólo hasta que su amado la despertase con un beso en la frente.

Enseguida se durmió profundamente.

Varios días después, sus padres, ajenos a las vicisitudes de la criatura, disfrutaban de un plato de marmitako frente a la televisión. Era la hora de las noticias y a Pedro le encantaba verlas sentado a la mesa. Normalmente Matruska no paraba de parlotear y no le dejaba enterarse de nada, pero su hija estaba de ejercicios espirituales y ahora eran los que buscaban sosiego y tranquilidad en la meditación los que debían armarse para esa guerra. Pedro se sintió más etéreo que nunca.

—Siempre malas noticias... ¿no podrían decir cosas buenas alguna vez?

—Chssss, son las noticias mujer, ¿qué quieres? Para anunciar los sanfermines ya está la portada del ABC.

—Ya, pero es tan triste…

—Mira, ya empiezan con las noticias internacionales. A ver si a los extranjeros les pasan cosas mejores.

Una muchacha joven pintada como una mona y disfrazada de Vicky Larraz, leía la información directamente de unas octavillas que sostenía entre sus manos. Puri pensó que debía resultarle imposible concentrarse a la pobre mujer con tanta laca en el tupé. En la parte superior derecha de la pantalla se mostraba un recuadro en el que se iban sucediendo imágenes relacionadas con la noticia en cuestión, pero las hombreras desmesuradas de la presentadora no dejaban lugar nada más que a la imaginación.

          —Y vamos con lo que está pasando fuera de nuestras fronteras…

 La ataviada muchacha podría haber dormido a cualquier insomne con la carencia nasal de su voz.

         —Una adolescente española pasa ocho días encerrada en la buhardilla de un piso en Berlín, sin más alimento que sus propios enseres. La muchacha, que no ha querido desvelar su identidad, ha sobrevivido gracias a que eligió como escondite el lugar donde los vecinos guardan asiduamente sus botellas de agua y demás refrescos. La joven, que víctima de un feroz apetito finalmente tuvo que comerse sus alpargatas de diseño, confesó a la prensa que “no podía salir antes con el pelo así de sucio". Según fuentes extraoficiales, la joven esperaba a su novio que era vecino del edificio, y que se encontraba, desde hacía siete días, de liguilla de fútbol por Bayern…

—Anda Puri, prepárame una maleta que voy a por la cría.

—Si Pedro, enseguida —la mujer, resignada, se adentró en su habitación.

—¡Y mete unas zapatillas para ella!... ¡Que se ha jamado las que llevaba!
Cuando Matruska vio a su padre a lo lejos en el aeropuerto de Berlin, se lanzo a sus brazos llorando y gritando:
—¡Papi... creía que me quería y no me quiere!

—Ya lo sé mi amor, ya lo sé —la abrazó sin poder evitar contagiarse de su llanto desconsolado.

(...)

MIKA


La muerte de un narciso (extracto novela "La Ley del Dios Ciego")


(...)

Es que me moría por matarlo. Tenía el punzón bajo la palanca del freno de mano y lo estaba rozando con las yemas de mis dedos.

—Bueno, supongo que no muchas se rajarían el cuello por ti… ¿o sí?

Noté cómo contenía la respiración mientras volvía la cara hacia mí con gesto de asco.

Iba a decirme algo y yo no quería oírlo, así que agarré con firmeza el pincho y lo dirigí con toda mi fuerza a su pecho; un solo golpe, fuerte, firme.

Y ya no pudo replicar.

Me quedé muy quieta, con el brazo extendido hacia su torso, el puño agarrotado alrededor del mango del buril, y el pincho profundamente incrustado en su corazón. Tenía gracia que se pudiera matar de tal manera a alguien que siempre había hecho gala de carecer de dicho órgano vital.

Con un tirón seco saqué el punzón de su negra prisión, y con un pañuelo de papel limpié la sangre para luego quemarlo en el cenicero. Devolví la herramienta a su lugar, bajo mi asiento.

Observé a Adolfo durante un momento. Era tan guapo.

Sus ojos abiertos denotaban sorpresa, pero por lo demás la ausencia de vida no le había robado la belleza, de momento. A este no lo enterrarían así de bien. Eso hubiera querido él.

Miré desde la protección del interior de mi coche hacia todos los lados para comprobar que no había nadie merodeando. Llevaba meses vigilándolo, y estaba muy solo, siempre. Por las mañanas, iba una chica a limpiarle la casa mientras él trabajaba. Aún así toda precaución era buena para evitar disgustos.

Salí al exterior y abrí la puerta del copiloto. Me puse unos guantes de látex y tiré de sus pies para arrancarlo de su asiento y poder arrastrarlo hasta la piscina. Sufrió bastantes golpes en la cabeza durante la bajada, pero después de unos cuantos eufóricos tirones, tenía su cuerpo echado de espaldas sobre la gravilla del camino. Me había dejado una manchita de sangre en la chapa del coche y fui rápido a limpiarla con otro pañuelo de papel; no debía escapárseme nada. Decidí guardarme el pañuelo para quemarlo luego junto a los guantes. Desnudé su cuerpo sin vida cuidadosamente, tirando la ropa al contenedor que había a dos metros de mí.

Me dispuse a arrastrarlo de nuevo, pero primero le empujé por el costado para hacerle girar sobre sí mismo, quedando así boca abajo. De ese modo perdería no sólo su vida, sino también lo que más apreciaba, su belleza.

Tiré de él con todas mis fuerzas llevándolo hasta el borde de la piscina. Al llegar a nuestro destino volví la cabeza para asegurarme de que no había perdido nada por el camino, y descubrí que había dejado un rastro de sangre que me recordó, de una forma no carente de ironía, a aquel reguero de sangre sobre la moqueta de la habitación de Gina la mañana que la encontré sin vida.

Iba a dejarlo allí, tumbado en el bordillo boca abajo, asomado buscando su reflejo en el agua, pero no pude, tuve que darle la vuelta para observar por última vez mi obra y asegurarme de que el cabrón entraba en el otro mundo sin su preciado encanto. Apoyé el tacón sobre su costado y empujé con fuerza para que quedara boca arriba; pesaba demasiado, así que tuve que usar las manos. Efectivamente había perdido su belleza: la nariz estaba desgarrada, los ojos, llenos de sangre, ya no transmitían nada, y algo blancuzco asomaba bajo su pómulo izquierdo; la mejilla supuse.

No quedaba hermosura alguna en su rostro.

(...)

MIKA

lunes, 23 de abril de 2012

Las cosas de la vida...


Si una cosa tengo clara en esta vida, es que nos rodean los extraterrestres; y no me refiero a los oriundos de otros planetas, no, sino los que aparentemente viven entre nosotros mientras sus mentes flotan por el espacio exterior.

Un día estás hablando con una amiga. Te sientes vulnerable, expuesta, dolorida ¿y por qué no? algo avergonzada. Vas a revelarle un secreto feo, pero es tu amiga (o no, pero crees que tu historia puede ayudarle o hacerle comprender). Te tiras a la piscina:

—Ay, Puri, mi Ernesto me la está pegando.

—¡¿Qué?! ¿Pero qué dices, mujer? No puede ser ¡Ernesto sólo ve a través de tus ojitos!

—Pues para que veas… Estoy destrozada. Comenzó llegando tarde a casa algún día entre semana; trabajo decía, hasta que se convirtió en un hábito. Yo esperaba y esperaba, con la cena puesta y todo, pero él no llegaba. Un día, lavando su ropa, descubrí carmín en el cuello de un par de camisas, y por fin capté el dulzón aroma que mi pituitaria se había negado a reconocer: perfume de mujer. Comencé a rebuscar entre sus cosas… la angustia, la incertidumbre de algo que por otro lado era demasiado evidente… estaba acabando conmigo. Y ahí estaban… ni se molestó en esconderlas: tres bragas en la guantera del coche, Puri ¿te lo puedes creer?

Puri te escucha atónita, no da crédito al parecer.

—Mujer…

—No, Puri, no quiero compasión. He visto los sms de su móvil… ¡incluso guarda unas fotos poco recatadas que se ha hecho con ella!

Ya está, ya le has desnudado tu alma, ya lo sabe. No estás muy segura de cómo deberías sentirte y esperas a que ella te diga alg…

—Hija, Vanesa, pues a mí me pasa lo mismo… y sin embargo a mí mi Manolo no me pone los cuernos.

¡Hala! ¡Tócate las narices! Que se te queda una cara de gilipollas…

Pues esa… esa es la cara que se me queda a mí cada vez que hablo con algunos de mi anorexia.

¡Si es que está claro que compré todas las papeletas y me tocó el premio gordo! Todos los demás que se han sentido alguna vez como yo a lo largo de tantos años, tienen una buena excusa: ha sido sólo por complexión… y la depresión, las neurosis y fobias… pura casualidad. La de veces que tiene una que oír “yo estaba flaquísima y sólo quería engordar, pero por mucho que comiera, nada, lo gastaba todo con los nervios”. O eso tan chulo de “yo tuve principio de anorexia, pero un día se fue”, que te dan ganas de decir “sí, con las uñas, el pelo y las ganas de procrear”.

En fin...

MIKA


jueves, 12 de abril de 2012

Extracto de "Hija de la Furia"

Este es el beso de Noah. Es una "mujer" muy antisocial y odia el contacto humano, o al menos eso se cree ella. ¿Cuánto le durara esa coraza?


(...)

—Ven.

Negó con la cabeza.


Yo asentí y se acercó, muy asustado y nervioso de nuevo.

Posé mi mano sobre su rodilla. Tembló, aunque enseguida se relajó un poco. Estaba tocando sólo la tela vaquera, no su piel, así que debíamos avanzar. Levanté la mano extendida mientras le observaba. Eric alzó suspirando la mano izquierda y acercó su palma  a la mía. A dos centímetros ya podía sentir el intenso calor que despedía. El traqueteo de su acelerado corazón retumbaba en las paredes de la habitación; yo no iba a poder soportarlo, no así, no sin comprender todo lo que él estaba sintiendo y me estaba transmitiendo. Comprendí que aquel miedo desenfrenado no era de él, sino mío.

Tuve que retirar la mano.


—¿Qué te ha pasado, Noah? ¿Quién te ha hecho daño?


—Nadie —repliqué bastante azorada.


—No eres capaz ni de rozar mi mano. No te haré nada malo.


—Ya lo sé… es que… no me gusta que me toquen —repliqué indignada por su condescendencia.


Qué debilidad tan humana, pensé. Si no soy capaz de sentir, ¿por qué sí puedo repudiar el contacto humano? No debía tolerar aquella situación, no me iba a vencer. Esos sentimientos estaban despertando otros enterrados hacía décadas. ¿Indignación? ¿Miedo? ¿Angustia? Tenía que cumplir aquella misión si quería que todo reastro humano desapareciera de nuevo.


Tomé a Eric por la nuca y me lancé de golpe contra sus labios. Al principio se retiró un poco, seguramente dolorido por el golpe, pero enseguida abandonó su conato de resistencia. Me quedé petrificada. Estaba inclinada sobre él con mi boca contra la suya, y era incapaz de hacer otra cosa que no fuera respirar, y no sin gran dificultad. Mis ojos se estaban humedeciendo ¿Lágrimas? Aquello era intolerable. Mis sentimientos se superponían sobre los de Eric y la empatía no me servía de nada.


No habían pasado ni cuatro eternos segundos cuando mi compañero se zafó ligeramente de la fuerte presión que ejercía sobre él mi agarrotamiento. Suavizó sus labios y acarició los míos. No podía moverme, pero poco a poco el miedo fue desapareciendo; me estaba relajando. Dejé que prosiguiera y entendí sorprendida que no se estaba enfadando por mi falta de respuesta. Era distinto, no quería dañarme, y presentí que tampoco me heriría “sin querer”. No era desagradable y por un instante me dejé llevar. Liberé mi boca de su rigor y respondí a su beso. Me aproximé despacio, pegándome más a él hasta que las leyes físicas se convirtieron en una barrera; entonces rodeé con mis piernas su cintura como si un imán muy potente ejerciese su poderosa fuerza sobre mí. Un golpe de calor sofocó todo mi cuerpo. Eric estaba cardiaco, excitado y plenamente absorto en mis movimientos; súbitamente y sin poder contenerse más, me tomó por las caderas y presionó mi cuerpo contra el suyo. De pronto no fui capaz de discernir entre sus sensaciones y las mías, pero de nuevo el miedo se apoderó de mí, y sospeché que no era sólo cosa mía.

Salté hacia atrás golpeándome contra el cabecero de la cama. Aquello había ido demasiado lejos.


—¿Estás bien? —se abalanzó sobre mí muy preocupado.


—Sí, claro... tranquilo —procuré parecer natural y distante.


(...)


MIKA


Extracto de "Lo Ajeno"


Se me hace muy difícil escribir esta historia. Nació cuando hice mi primer taller literario y desde que surgió el esbozo, Maya, la protagonista, me ha puesto la piel de gallina. No es macabro y procuro no ser explícita, pero aún así...

(...)
El sonido amortiguado de las pisadas de Leo agita la respiración de Maya. Es un acto reflejo. Él lleva las botas con suela de goma que nunca se quita, creyendo que así nadie se percatará de su presencia; pero su hermana pequeña ha tenido que aguzar todos sus sentidos para protegerse de él, así que distingue sus pasos sin dificultad.
Asustada, entra en el armario empotrado, ese al que hace no tanto tiempo le daba pánico dar la espalda por las noches mientras dormía, por si salía de él el hombre del saco y se la llevaba lejos de su familia, a un espeluznante mundo que su madre le había descrito con todo lujo de detalles. Ahora quiere que ese temido ser venga a por ella, que se la lleve lejos de allí. Al menos sería otro lugar. Una vez dentro, cierra la puerta de endeble chapa lacada y se sienta en el fondo, con la espalda contra la pared, abrazándose las rodillas con sus magullados y esqueléticos brazos. Intenta recordar la canción que le han enseñado hoy en el colegio, en la clase de sor Leonor, pero sólo consigue canturrear una melodía abstracta. Una gotita de sudor frío se desliza por su nuca. Tiembla.
No sirve de nada esconderse, siempre la encuentra. Es bueno buscando, implacable.
Antes no era así, o al menos no se interesaba por ella de ese modo, hasta que cumplió los once años y comenzó a parecer “una mujercita”.
Leo, desde que había cumplido los dieciséis años, pasaba la primavera y el verano en la granja de los Ciempoza. Cobraba un salario más que bueno, y según su madre muy necesario, para que luego pudiera pasar el resto del año ayudando a su padre en las miserables y casi baldías tierras de su propiedad, que iban manteniendo a la familia de mala manera.
Ahora la llegada del otoño le traía amargura a Maya. Leo volvía, y lo hacía cada vez más ansioso, más fuerte.
Está cerca. Una tabla suelta del suelo rechina.
Se acabó la paz. Contiene la respiración.
Caen las hojas… llueve…
… La nieve lo cubre todo…
… Y por fin los almendros que se ven desde la ventana del cuarto de Maya están plagados de flores. Espira, pero las hojas caerán de nuevo.
—¡Maya, ponte el dichoso lazo de una vez! —su madre, Carmina, va de un lado a otro por toda la casa buscando algo de manera compulsiva—. ¡Vamos a llegar tarde!
—Mamá, tranquila, vamos con tiempo… y no quiero ponerme el lazo, ya soy mayor para esas cursiladas. Tengo quince años.
—Si tu padre, que en gloria esté, levantara la cabeza –-se santigua de forma automática e imprecisa— bien sabe Dios que te daría un guantazo, por contestona. Nunca has querido ser obediente como debe ser una niña decente y bien educada, pero hoy se casa tu hermano y no me vas a fastidiar la fiesta.
Maya piensa con amargura que su alivio se va a convertir en el suplicio de una pobre desgraciada, la hija pequeña de los Ciempoza, Lara, que ha cometido la imprudencia de querer casarse con el monstruoso Leo. Vivirán con sus suegros, trabajando en su próspera granja.
Algún día Maya podrá dejar de temblar al olvidar el sonido de aquellos pasos secretos acercándose a su armario, pero por el momento sigue vacía y muerta de miedo.
El calor fue insoportable aquel verano y lo poco que seguían cultivando desde la muerte de su padre, se estropeó. Vendieron la granja y de mudaron a la ciudad, donde su madre encontró un cuartucho muy barato y un trabajo de camarera en una cafetería cutre.
Caen las hojas y de nuevo el corazón de Maya se desboca. Al parecer su subconsciente no procesa que Leo ya no volverá, pero con el paso de los días la ansiedad se va mitigando dando paso a la nada. Ya no tiene de qué protegerse y su vida ha perdido todo sentido.
La nieve de las calles certifica la ausencia de su hermano mayor, y así continua todo más o menos tranquilo durante dieciocho años.

(…)

MIKA

Extracto de "El Privilegio del Rey Roto"


Para que luego no digáis que todo lo que escribo es macabro... Esto sólo es un poco... bueno, ya me diréis.
(...)

Es increíble cómo uno puede llegar a acostumbrarse a ciertas cosas.

Al principio siempre sucede lo mismo; la primera bocanada de aire que tomas te obliga a retroceder, te inunda los pulmones, como el amoniaco. Todo se impregna. Pero pasados unos segundos ya no percibes la diferencia.

Algunos dicen que no se habitúan al olor de la carne pudriéndose. Yo creo que lo que les afecta es saber que es humana.

Avancé lentamente por la estrecha gruta. Estaba perfectamente iluminada, llena de focos por todas partes. No había resultado sencillo descender por aquella accidentada garganta, pero los primeros agentes en llegar ha-bían montado todo un dispositivo para poder alcanzar el escenario sin mayores dificultades. Después de dos curvas, una a la izquierda y otra a la derecha, se abrió ante mí aquel espeluznante espectáculo.

He de reconocer que la primera bocanada fue más brutal de lo habitual. El hedor era terrible.

Al principio, mi mente normalmente abierta, no fue capaz de comprender todo el conjunto de aquella visión, y el subconsciente me obligó a fijar la mirada en una simple mano, el extremo lógico de un cuerpo, como si no perteneciese a un todo.

Me estremecí. Era una mano femenina, estilizada, pero donde debían estar las uñas, sólo se encontraban heridas repletas de jirones de piel y de carne ensangrentada. Me rechinaron los dientes. Decidí continuar, avanzando por el brazo hasta llegar al torso, abierto y vacío; ennegrecido. Las vísceras, azuladas y retorcidas, descansaban entre sus piernas abiertas mientras miles de insectos y larvas otorgaban a la figura una sensación macabra de movimiento.

Suspiré con todo mi ser mientras caminaba resignada esquivando cuerpos sin vida.

Me detuve cerca de un escollo, que sobresalía pegado a una de las paredes de la cueva, y me decidí a trepar sobre él para conseguir así una mejor perspectiva desde las alturas. Fui consciente de repente de cómo todos los músculos de mi cara se habían contraído y apreté aún más los labios.

La imagen era desgarradora.

Al menos cien cuerpos, al parecer todos femeninos, se extendían sobre el irregular suelo de aquella covacha. Algunos se amontonaban, como si algún tipo de excavadora los hubiera dejado caer toscamente desde su pala, como si no tuvieran ningún valor para nada ni para nadie. Se encontraban en distinto estado de descomposición y sus rostros transmitían un horror indescriptible.

¿Cuánto habrían sufrido aquellas mujeres?

(...)

MIKA


miércoles, 11 de abril de 2012

Extracto de "Clarita McFly y su Odisea del Espacio"


Me he pasado las vacaciones vegetando y comiendo, pero algo ya he podido escribir. Sobre todo estoy centrada en "El Privilegio del Rey Roto", la segunda novela de la Trilogía Kratos, aunque quiero ir colgando trocitos de aquí y de allá, por si os apetece criticar un poco.

Aquí dejo un extracto de "Clarita McFly y su Odisea del Espacio". Clarita está de vuelta a casa, llega tarde a su pluriempleo en el laboratorio secreto del ejército y tiene que organizarse como puede.


(...)

“Ya torito toriiito, ya torito braaavooooo…”
Cerró la boca, se tapó la nariz y los ojos, y un momentito después estaba de nuevo en la “Estación Mirandilla del Fresno Transportes Galácticos, S.L.”.
—Protocolo de estabilización molecular completado. No se han producido déficits de importancia vital. Que tenga una buena tarde señora McFly.
—Gracias guapa.
“Déficits de importancia vital”. Clarita no tenía muchos estudios, más bien pocos, o ninguno, pero aquello le sonaba muy mal. Al fin y al cabo ¿qué consideraban que fuera preocupante que perdiera por el camino? Porque, por ejemplo, sus cejas no eran de importancia vital, pero si las perdía ¿cómo sabría la gente cuando estaba enfadada o sorprendida?
Sin dedicarle más tiempo a tal preocupación, y sustituyéndola por otras más habituales, cogió su bandolera y salió a toda prisa a la calle. Ya llegaba tarde si quería comer en casa y no retrasarse en el laboratorio.
En la puerta de la estación tomó el autobús de la línea 15 que la dejaría en la parada de Vía Segismunda Parda para coger el 40 que la acercaría al Parque del Abandono y así poder subirse al metro de la línea 42 que por fin la dejaría a catorce manzanas escasas de su edificio. En un santiamén en casita.
A las dos y veintisiete estaba cruzando la puerta de la cocina para calentarse el escalope que se había empanado por la mañana antes de salir hacia la nave, y aliñarse una ensaladita de bolsa. No le iba a dar tiempo.
—Porras, voy a tener que ir en coche —se quejó agobiada.
Clarita tenía coche, claro que sí. Su padre, al morir, le había dejado su viejo deportivo. Era precioso, un cásico, y tenía un gran valor sentimental en la familia. Lo de repostar era un infierno, pero su hijo había contactado por internet con un señor que fabricaba el combustible como hobbie. Los fines de semana no le importaba tanto coger el coche para darse un paseo o acudir a alguna cita con su amiga Tamara; pero los días de diario, y sobre todo cuando tenía prisa, era un horror. Cuántas veces había ido a las compras y se había encontrado una y otra vez cerrando de nuevo la puerta de su casa para salir a comprar, o había aparecido ya en la cama, a las tantas de la noche, y sin haber comprado los pepinos y los pimientos que necesitaba para hacer el gazpacho de la cena que ya nunca disfrutaría conscientemente. Y es que en cuanto hacía sin querer el juego de embrague un poco brusco en algún semáforo, el Delorean se ponía como loco y ya sólo dejaba dos regueros de fuego en la carretera.
Al menos, si cogía el coche, le quedarían unos minutos para poder sentarse a comer tranquila. Así que intentó relajarse un poco y se perdió en sus pensamientos.
“Que no se me olvide hacer limpieza en la salita el fin de semana, que la tengo abandonadita… ay, qué asco de telaraña… si la abuela levantase la cabeza…”
Sobre el aparador de la sala descansaba el retrato de su abuela Saturnina. Ella había comenzado con la tradición de mujeres limpiadoras en la familia, una saga de féminas pulcras y responsables; aunque iba a ser una estirpe muy corta, porque a pesar de los esfuerzos de Clarita por guiar a su hijo hacia ese camino, él insistía en ser pollero, y para ello se había preparado en la universidad en los últimos años.
Saturnina había tenido una vida espléndida. Desde jovencita trabajó  como asistenta interina de dos doctores, padre e hijo, arqueólogos muy conocidos, ambos catedráticos en la universidad. Había sido una más en la familia, sobre todo a partir del fallecimiento de la señora, cuando pasó a convertirse en el sustento verdadero de aquel hogar. ¡Qué historias le contaba a Clarita cuando era una cría de lazos, qué aventuras insólitas! Ser asistenta debía ser el mejor trabajo del mundo. Abuela Saturnina tenía muchas discusiones con su marido, el abuelo Marciano, porque no comprendía tanta ausencia de su parienta. Las “disputas galácticas” las solía llamar el yerno. 

“—¡Ya pasas todo el día en esa casa cuidando de ellos ¿ahora tienes que dormir allí todos los días?!
—¡Pero si casi siempre ha sido así, incluso cuando vivía la señora yo dormía allí prácticamente todos los días!
—¡Pero antes tenías tu habitación… una intimidad!
—¡Eres un burro! ¡Estás obcecado en no querer comprender que necesitaban mi habitación para montar un gimnasio/bodega!
—Mujer, es que no me parece que duermas en la cama del señor por poco espacio que haya.
—Mira que eres “especialito”, Marciano.”

Qué bellos recuerdos para Clarita. Cómo echaba de menos a su abuela. Aquel desgraciado accidente que nunca llegarían a comprender, había destrozado a toda la familia. Y es que pasados tantos años, aún nadie entendía que un edificio entero desapareciera sumido en un remolino formado por almas atormentadas en ascensión a los cielos. Sus señores, durante los funerales, no paraban de decir lo mismo.

—Le dijimos que no tocase nada de la despensa, que no limpiase allí… y ella dale que dale con que el Arca tenía polvo… ¡Qué tragedia!

(...)


MIKA


viernes, 23 de marzo de 2012

MATRUSKA LA PELANDRUSKA (Extracto novela)


Las desgracias de Niko


Os dejo un retalito del viaje de Matruska en el atunero. Se encuentran bordeando África con destino Seychelles. Matrus le hace una visita a Isabelita, la cocinera del barco.

(…)

—Matrus, Nikolás me pregunta mucho por ti. Creo que le gustas.
—Isa, no quiero que me líes, ya te lo he dicho. Soy una asesina del amor. Y además… ¿Nikolás?

—Es buenísimo, niña, te lo digo yo.

—Y no lo dudo… pero algo ñoño ¿no?

—Es por el acento gallego, que parece que tiene una penita colgando. Pero en realidad es muy alegre.

—Ya. Y tú con el capitán ¿qué?

—Huy, hablando del rey de Roma…

Por la puerta entraba Nikolás sirviendo de excusa a la cocinera para abandonar el peliagudo tema.

—Hola, mozas.

—¿Qué te pasa que pareces triste? ¿Tienes hambre, Nikolás?

—No, es que me llamaron, que murió mi tío Xusto.

—Ay, cariño, lo siento.

Se apresuraron a darle un beso.

—Yo también lo siento, Nikolás.

—Si es que ya me dijo madre que no fuéramos a comprar aquel trasto… pero él quería bajar y subir al terreno decentemente, y me pidió que lo aconsejara…

—Por Dios, pero ¿qué le ha pasado? —necesitó saber Matruska.

—Pues que el terreno donde tiene las vacas está muy empinado y se las pasaba putas para subir a golpe de embrague con el Supermirafiori; y en las bajadas ya no os cuento, que cuando llegaba los frenos estaban al rojo vivo. Así que me pidió que fuera con él a comprar uno de esos todoterrenos que anuncian en la tele, que parece que se van a comer el campo. Y allí que fuimos, al concesionario de Maceiras, y se compró un cacharro increíble. Teníais que haberlo visto: automatizado, todito de madera por dentro, con todos los detalles… y justo al lado del botón del aire acondicionado, el botón de “bajada contenida”, un inventillo que lo apretabas y ya podías bajar la cuesta que fuera que ello sólo te contenía el coche para no tener ni que frenar ni nada.

—Bueno, pues parece muy seguro, ¿y qué pasó? —preguntó María Isabel.

—Pues que tío Xusto tenía ochenta y seis años, y a veces se despistaba el pobriño… que lo encontraron estampado contra un eucalipto milenario al final de la cuesta, con el cuentakilómetros marcando 150 km/h y el coche a quince grados de temperatura, con el aire acondicionado en el modo “siroco tropical”.

—¿Eh?... Ooooh, aah, vaya… lo siento Niko. Al menos debió morir haciendo honor a su nombre.

—Si es que estamos malditos con la carretera. Tía Úrsula, su difunta esposa que en gloria esté, también murió en un accidente. ¿Cuándo me tocará a mí? ¿Eh? ¿Cuándo Dios querrá estamparme?

—Me da miedo preguntar, pero ¿qué le pasó a tía Úrsula? —Matruska estaba alucinada con el melodrama y totalmente enganchada al dramático estilo narrativo de Nikolás, el de la pena colgando.

—Nada, en un camino estrecho, de la forma más tonta. Un ciclista marcó con el brazo a la izquierda y tía Úrsula pensó que iba a girar, así que aceleró a fondo para adelantarle por la derecha… que llegaba tarde a la timba de cinquillo, pero el ciclista ni se inmutó, y ella se chocó contra un muro al esquivarlo en el último momento.

—¡Qué drama!

—Luego supimos que el ciclista nunca tuvo pensado girar a la izquierda, sólo estaba intentando deshacerse de un moco… Pobriño, sigue traumado.

—Chico, pobres todos, de verdad que lo siento —María Isabel acariciaba su hombro mientras él hacía pucheros.

—Y encima sin nadie que me consuele, sin una mujer que me espere en el pueblo, soliño y apenado para siempre.

Matruska observaba atenta la jugada, porque mientras Niko se compadecía de sí mismo, le pareció captar miraditas furtivas hacia su persona.

—… Y si al menos alguien me quisiera… alguien me diera calor por las noches…

Decididamente aquella era la forma de ligar de Nikolás: dando lástima.

—Ánimo, ea, ea —Matruska lo zarandeó un poco a modo de consuelo a distancia—, que tú vales mucho y seguro que en el próximo puerto te echas una “novieta”.

—Ya, ay, qué pena… pero ¿y de mientras?

—Bueno Nikolás, no seas jeta que se te ve venir —María Isabel había captado finalmente la treta—. Yo hablándole a Matrus bien de ti y tú…

—Pero mujer, compréndeme, es que me cuesta mucho acercarme a hembras para el lío… nací “roncodollo”, así que aprovecho las desgracias, que sé que os conmueven.

--¿Qué dice que nació? —le preguntó Matruska a María Isabel en un susurro.

—Que le falta un huevo —volvió a centrarse en Nikolás— ¿Y no puedes hacer como el resto de la humanidad? —la cocinera se mostraba indignada.

—Si es que es la historia de mi vida Isabeliña. Desde joven, mis amigos bajaban a la calle a comprar el periódico y volvían con un ligue; yo bajaba a ligar… y volvía con el periódico.


(…)


MIKA